MIAMI, Estados Unidos. — Más de un centenar de novelas escribió el italiano Emilio Salgari; varias de ellas tan famosas que, además de haber sido leídas en todo el mundo, fueron adaptadas al cine y la televisión. Entre las lecturas de la etapa infanto-juvenil, títulos como Sandokán, El Corsario Negro o El Capitán Tormenta ocupan sitios preferenciales junto a las obras de Alejandro Dumas, Mark Twain y Julio Verne, también escritores de culto durante la etapa adolescente.
Salgari poseía una imaginación desbordada que lo ayudaba a compensar su falta de experiencia a la hora de relatar las peripecias de sus personajes en geografías exóticas. Contrario a lo que pudiera deducirse de sus obras, y a lo que él mismo solía afirmar, hizo apenas un viaje en su vida y en calidad de pasajero. Jamás fue capitán, a pesar de que se auto titulaba como tal.
Los datos históricos y geográficos que aparecen en sus obras no son, por lo general, fiables; pero tales imprecisiones fueron hábilmente compensadas con un pulso narrativo ágil, descripciones minuciosas de lugares insólitos y abundante acción.
Aunque fue muy feliz en su matrimonio con la actriz de teatro Aida Peruzzi, quien le dio cuatro hijos, Salgari fue un hombre marcado por la tragedia. Escribió como un desesperado para pagar deudas personales y familiares, dejándose expoliar por editores que se embolsillaban jugosas ganancias gracias a sus libros.
El pirata Sandokán, inspirado en el aventuro español Carlos Cuarteroni Fernández, es uno de los personajes de ficción más populares. Desde la primera entrega, titulada Los Tigres de Mompracem, hasta la última historia, El desquite de Yáñez —publicada dos años después de la muerte de su autor—, la saga alcanzó gran éxito entre el público juvenil y varios de sus libros registraron tiradas de más de cien mil ejemplares.
Lamentablemente, mientras su fama aumentaba, Salgari se empobrecía. La dolencia psíquica de su esposa, agudizada a partir del año 1903, lo deprimió aún más, obligándolo a trabajar sin descanso para costear los gastos médicos, la manutención de sus hijos y un nivel de vida decoroso. Agobiado, en 1909 intentó suicidarse clavándose un cuchillo en el corazón. Dos años más tarde, el 25 de abril de 1911, poco después de la muerte de su esposa, se quitó la vida abriéndose el vientre según el rito japonés seppuku.
El prolijo escritor dejó tres notas: una para sus hijos, otra para sus editores y la tercera a los directores de periódicos de Turín, ciudad donde vivió y trabajó buena parte de su vida. En la nota dirigida a los editores decía: “A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel (…) solo os pido en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales”.