LA HABANA, Cuba. – El 13 de septiembre de 1834 Miguel Tacón, capitán general de la Isla de Cuba, ordenó el destierro de uno de los más impenitentes abolicionistas de la época: el periodista, sociólogo, historiador y economista José Antonio Saco.
En marzo de ese mismo año el bayamés había tomado parte en la fundación de la Academia Cubana de Literatura, que encontró una fuerte oposición entre los dirigentes de la Sociedad Patriótica. La defensa de la institución que había nucleado a importantes pensadores como José de la Luz y Caballero, Domingo del Monte y Felipe Poey, le valió a Saco ser deportado por orden del gobernante español, tras la insistencia del hacendado Claudio Martínez Pinillos, dueño de plantaciones, impulsor de la corriente reformista de la década de 1820, y sostén de la política colonialista de España.
Una vez en el exilio, Saco vivió temporalmente en Gran Bretaña primero y luego en Francia, hasta asentarse en España. Dedicó especial atención al problema étnico de Cuba, en particular a la trata negrera, y se opuso radicalmente a las ideas y conspiraciones encaminadas a la anexión de Cuba por parte de Estados Unidos.
José Antonio Saco fue un reformista liberal, para quien la solución de Cuba no pasaba por el fin del dominio español. A pesar de su cortedad de miras en este sentido, continuó tratando de solucionar los problemas cubanos a partir de sus amplios conocimientos, tratando de insertar lo más moderno y avanzado del pensamiento y las ciencias en la realidad cubana, para de este modo producir un desarrollo autóctono, acorde a sus necesidades y características.
Regresó a la Isla en 1860, al amparo de la amnistía incondicional que había sido otorgada seis años antes. Su estancia, no obstante, fue de pocos meses, siempre observado de cerca por los colonialistas radicales. José Antonio Saco trabajó su vida entera por lo que consideró bueno para una Cuba cautiva, aplastada por la obcecación de la metrópoli.
En Barcelona vivió hasta el último de sus días, pero fue su voluntad que lo trasladaran a La Habana una vez muerto. Sus restos regresaron a la Isla que tanto amó en agosto de 1880, y fueron expuestos en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.