LA HABANA, Cuba. — Este 22 de diciembre, Día del Educador en Cuba, trae evocaciones inolvidables de aquellos maestros que tuve en mi enseñanza primaria realizada en una modesta escuela privada, el Colegio Academia Alpízar.
El rector, José Alpízar Blanco, era hijo de una familia de maestros normalistas. Junto a sus hermanos y su madre ya jubilada, crearon esta institución en tres viviendas, situadas en la calle Pedroso, entre Infanta y San Joaquín, hoy Centro Habana.
Como una coincidencia, en el Centenario del nacimiento del Apóstol, mis padres me llevan a matricularme en este lugar, para que comenzara mis estudios. Aquí tuve como mi primera maestra a Marta, siguieron Élida, Ana, Teresa la subdirectora, Rafael, y José Alpízar, quien además de ser el fundador, impartía la asignatura de inglés. Todos ellos eran graduados de la Escuela Normal para maestros, y algunos también eran profesores universitarios.
El ejemplo primario lo daba el director. Este hombre vestía todo el año de traje, cuello, y corbata. Era símbolo de respeto y educación al colectivo y alumnos. Los demás maestros, por lo menos, llevaban camisas de manga larga y corbata. El atuendo femenino consistía en vestidos, o saya con blusa y zapatos cerrados discreto maquillaje, corrección al expresarse y mucha pulcritud.
Los alumnos usaban uniforme con pantalón beige, camisa blanca, con el monograma de la escuela en el bolsillo, y corbata azul claro. Las hembras vestían saya, blusa blanca y por igual, el distintivo de la escuela. Tanto varones y hembras tenían que tener camisa o blusa por dentro. Por lógica, no se permitía ir con la ropa o los zapatos sucios.
No se hacía el ahora politizado matutino diario, sino los viernes en el parque ubicado frente a la escuela, donde cantábamos el Himno Nacional, el escolar y se hacía alguna actividad cultural y también la Educación Física.
Para entrar a las aulas, nos reunían en los patios interiores y se hacía en orden y silencio. Al llegar al asiento nos manteníamos de pie frente a nuestra silla hasta la orden de sentarnos, hábito de respeto y educación hacia los maestros. Si entraba el director o un visitante, se cumplía también este requisito. Para los alumnos que usábamos el ómnibus escolar, regía una conducta similar. Íbamos con un guía para cuidarnos, no se permitía hablar durante el trayecto o cualquier otra indisciplina.
Las materias impartidas desde los primeros grados eran Aritmética, Español, Ortografía, Lectura, Geografía de Cuba, Historia de Cuba, Moral y Cívica, Artes Manuales, Dibujo e Inglés. Las asignaturas tenían sus libros de texto y libreta para cada una.
Existía un pequeño espacio, que funcionaba como cafetería, para comprar merienda los que no la llevasen de su hogar, en los horarios del recreo, con tiempos separados para los grados menores y mayores. Allí estaba instalada la máquina de Coca Cola y otra para las confituras. Un timbre señalaba el comienzo y culminación de este espacio de asueto.
Nunca vi que existiera una puerta o ventana rota, igual a las sillas de paletas que se usaban entonces, el piso y los baños estaban limpios todo el tiempo, y las paredes pintadas y sin grafitis o escritos, pero era llamativo que tanto alumnos como todo el personal cuidaba de la institución, a la cual consideraban como parte suya, y la expresión usada era mi escuela.
Aunque mi escuela era pagada, existían también numerosas escuelas públicas para los padres que no contaban con recursos suficientes para abonar una cuota mensual, donde la calidad de la enseñanza no era menor, pues había muchos maestros formados con plena aptitud.
Una comparación con las escuelas actuales es tocar los extremos, ahora sus locales están destruidos, faltan desde los maestros, hasta materiales básicos para dar clases con calidad. La escasez de educadores es producto de exigencias absurdas y agotadoras, sus bajos salarios, problemas personales y sociales existentes, falta de estímulos y verdadera vocación.
Recordar en estos momentos a los tantos maestros anónimos que ejercieron esta labor en el pasado es un justo homenaje a quienes con dedicación y esfuerzo brindaron educación y conocimiento, para crear hombres y mujeres que sirvieran a una República “con todos y para el bien de todos” que, por desgracia, hoy no existe.
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