LA HABANA, Cuba.- De todos es bien conocido que las apariencias suelen ser engañosas. Las hay muy simples, como por ejemplo cuando un boxeador hace una “finta” y amaga con golpear a su contrincante en un punto muy diferente del que éste esperaba.
También han ocurrido simulacros monumentales en la historia. Según cuentan, en 1787, antes de una visita a Crimea de su soberana Catalina la Grande de Rusia, el gobernador general Grigori Alexandrovich Potemkin hizo edificar fachadas a lo largo de la ruta de inspección de la zarina, para presentar pueblos idílicos y así encubrir su desastrosa realidad. Total, la monarca no se dignaría a descender de su carruaje y estar con la plebe.
En general, cuando se trata de aparentar algo, es con una finalidad más o menos comprensible; pero en Cuba no es nada fácil desentrañar el verdadero objetivo que se persigue cuando se disponen a disfrazar de algún modo la realidad, como sucede en otras muchas cosas, que se hacen difíciles de entender.
La Ciudad de La Habana, nuestra aún bella capital, que hace poco más de medio siglo era considerada la “Reina del Caribe” porque poseía atractivos de todo tipo, entre ellos restaurantes de lujo, que brindaban un esmerado servicio. Entre los más famosos podemos recordar “El Castillo de Jagua”; o “El Emperador”, en el impactante edificio FOCSA, que también exhibía en su último piso otro restaurante, “La Torre”. También existían otros como el afamado “Monseigneur”, predilecto de poetas y bohemios.
De igual forma en la zona del Vedado florecían otros, de apertura más reciente y características más específicas como “El Cochinito” y “El Conejito”.
Hace poco, en el Noticiero de la Televisión Cubana transmitieron un programa dedicado a la gastronomía, comparando restaurantes de diferentes modelos de operación administrativa. Para ello tomaron como muestra algunos establecimientos estatales, otros que funcionan como cooperativas y los particulares, conocidos por todos como “paladares”.
Lo que causó un verdadero asombro del show televisivo fue la entrevista que le hicieron al personal de servicio del restaurant “Monseigneur”, a través de la cual el público se pudo enterar que hay días que no tienen clientes en lo absoluto.
Resultaba patético ver al maître y los otros empleados de completo uniforme confesando que no entraba nadie en el establecimiento, que es un local cerrado concebido para operar climatizado, y como los aires acondicionados no funcionan desde hace algún tiempo, el olor a humedad es insoportable para acompañar cualquier comida.
Pero al final se pudo constatar que aquella situación no es única, pues así están también otros restaurantes muy concurridos, en particular aquellos donde se paga en pesos cubanos.
Comentaba por teléfono con unos amigos, que dado que en todos esos establecimientos comerciales estatales, existe, un núcleo del PCC (Partido Comunista de Cuba), un Comité de Base de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) y una sección sindical seguramente adjunta al Sindicato Nacional de Trabajadores del Comercio y la Gastronomía: ¿Qué discutirán en sus reuniones? ¿Cómo serán los requisitos de emulación? ¿Cómo seleccionan los vanguardias y destacados? ¿Cómo las aguerridas huestes de la contralora general de la República, señora Gladys Bejerano Portela, les auditan las finanzas? ¿Qué consignas llevarán los trabajadores al desfile del primero de mayo? ¿En base a que optarán por una casa en la playa? Vaya usted a saber.
No obstante, después de todos estos cuestionamientos y tratando de aclarar la oscuridad del mensaje, cabría pensar en la posibilidad que estén diciendo que en el socialismo no funcionan los negocios, porque están bajo la tutela del Estado, mientras que la propiedad privada sobre los medios de producción hace que haya mayor productividad.