Alejandro Armengol.
El Nuevo Herald,
mayo 24, 2002.
A trece días del triunfo y siete de su arribo a La Habana, tiene
lugar la primer sublevación militar contra Castro. Es el primero de por
lo menos cuatro importantes alzamientos. En 1962 se elabora un plan para la
voladura del puente de Brooklyn. No será el único. Fulgencio
Batista muere de un derrame cerebral en Marbella, ignora que está a punto
de ser secuestrado. Llegan a Cuba lingotes de oro, piedras preciosas, joyas y
piezas de museo de la época de Jesucristo, con un valor aproximado de
unos $1,000 millones. Se desconoce el destino del tesoro.
"Narcotráfico y tareas revolucionarias", del escritor
exiliado cubano Norberto Fuentes, es una cronología del horror que se lee
como una novela policíaca: aunque desde el primer párrafo uno sabe
quién es el asesino, no puede quitar los ojos de la página hasta
llegar al último crimen. La obra, publicada por Ediciones Universal y con
prólogo de Ernesto F. Betancourt, recopila minuciosamente las actividades
de los hombres de Fidel Castro por los cuatro rincones del mundo y la segunda
mitad de un siglo. Es también la respuesta a los que se quedaron con
deseos de conocer más, tras la lectura de Dulces guerreros cubanos.
La oposición al régimen no sólo comenzó a los
pocos días de tomar Castro el poder, sino que alcanzó un volumen y
una intensidad nunca antes conocidos en la República. Desde las
ejecuciones masivas de militares batistianos en todo el país --las tumbas
conmoviéndose durante días y los túmulos de tierra en
lamento hasta que una buldózer aplanaba el terreno donde yacían
esos hombres que no siempre estaban muertos al ser enterrados-- hasta el
asesinato de adolescentes que buscaban refugio en las embajadas, pasando por los
años del terror revolucionario, no con centenares sino miles de
fusilamientos en el Escambray, un largo rastro de sangre recorre los años
duros y ''blandos'' del proceso. El Comité Cubano pro Derechos Humanos,
en un cálculo que califica de conservador, sitúa en una cifra no
inferior a los 25,000 las muertes causadas por la revolución cubana.
Rastro de sangre que no se limita a los cubanos. Doscientos jóvenes
oficiales y miembros del Estado Mayor de la Revolución Etíope
masacrados para garantizarle el poder a Mengistu Haile Mariam, quien en 1976 había
aterrizado sorpresivamente a bordo de un viejo Boeing 707 de la fuerza aérea
de su país en el aeropuerto de Camagüey, en un dato mantenido en
secreto hasta hoy. Angoleños, etíopes, somalíes y
congoleses en Africa; venezolanos, nicaragüenses, colombianos,
guatemaltecos, dominicanos y chilenos, entre otros, en América Latina y
el Caribe. Pocas nacionalidades escapan de este recuento macabro. No, por
supuesto, los norteamericanos. Ellos están entre los que descubrieron que
los hombres de Castro venían a matar.
En un libro cuyas notas al pie de página son tan reveladoras --en
ocasiones más-- que el texto mismo, queda al descubierto que el
gobernante cubano fusiló hombres capturados en acción por el solo
hecho de ser norteamericanos. Incluso dio órdenes de secuestrar a los
estudiantes estadounidenses de la escuela de medicina de Granada, durante la
operación de Washington en 1983 que puso fin a la permanencia cubana en
esa isla caribeña. El incumplimiento de la orden fue una de las causas
que se invocó contra el coronel Pedro Tortoló Comas, comandante de
las tropas cubanas en el lugar, durante el juicio que culminó en su
degradación a soldado raso.
Si las expediciones guerrilleras y los actos de rebeldía contra el régimen
forman las dos caras de la realidad cubana, el narcotráfico es el canto
de la moneda: el filo estrecho que se introduce en la hendidura y cae en las
arcas de Castro. El narcotráfico y otros negocios sucios. Fuentes detalla
las operaciones de narcotráfico, más allá de la causa No. 1
y los expedientes acumulados en los tribunales de Estados Unidos. En esa trama
compleja donde la droga se mezcla con la ambición de poder, la política
y el desacato, las fechas definen un patrón donde lo inverosímil y
la ironía se funden con la traición y la desconfianza.
A diferencia de cualquier otra obra similar de investigación histórica,
la mayor parte de la información recopilada en Narcotráfico y
tareas revolucionarias no la obtuvo el autor en archivos y periódicos,
sino que es producto de confesiones diversas: compartidas en reuniones de
combatientes, secretos arrancados con habilidad periodística y datos
filtrados con el objetivo de demostrar los estrechos vínculos con el
poder o para quitarse algún muerto de la mente por un rato. Ello lo hace
especialmente valioso. También obliga a su lectura.
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