Un americano
en La Habana
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, mayo - La Habana era conocida como el París de América.
Aún sin las galas urbanísticas de otrora, no deja de atraer a los
visitantes interesados en conocerle. Gracias a la invitación del
mandatario cubano, el ex mandatario James Carter pisó tierra cubana justo
el Día de las Madres.
Pocos dejaron de lado la oportunidad de ver por la televisión
nacional la recepción dispensada por el cubano Castro al estadounidense
Carter. De cualquier manera, ésta es la segunda ocasión en tantos
años que un ex presidente de la Casa Blanca arriba a la capital cubana.
Habrá quien pueda sostener cualquier criterio más o menos
negativo a propósito de la visita de Carter a La Habana, pero es
innegable la dimensión histórica de la misma.
Además de esa verdad de Perogrullo, la visita del ex presidente de
Estados Unidos de América a la capital cubana ciertamente promueve el
desarrollo de contactos entre la sociedad civil del país del norte y los
cubanos.
Se abre una puerta, estemos de acuerdo, para dar otros pasos hacia una
convivencia más civilizada entre las relaciones de los dos países
que ocupan las costas del Estrecho de la Florida.
También, gracias al recorrido del ex mandatario, la opinión pública
estadounidense contará con una visión de primera mano de la
realidad cubana. Realidad, hoy por hoy, en cierto modo caleidoscópica. ¿Y
quién podrá juzgar de parcial la opinión del señor
Carter?
Hasta que Cristóbal Colón no se arriesgó a echarse al
mar para navegar hacia el oeste, ¿cuántos europeos no afirmaban que
la Tierra era plana? No es que desee valerme de un ejemplo extremo, pero si
usted es sensato se acordará conmigo que para conocer la verdad no hay
mejor procedimiento que lanzarse de lleno en la experiencia de una inmersión
en el asunto.
Por lo pronto, entre los cubanos de a pie, las expectativas surgen gracias a
esa fertilidad que sólo la imaginación propicia.
Hay quien desea que Carter conozca las condiciones constructivas de su
vivienda, pues sostiene que él ayudará a las personas necesitadas.
Una señora del Vedado desea que Carter la ayude a gestionar la
reclamación de la pensión del padre fallecido, un veterano de la
Segunda Guerra Mundial, sin contar con el muro legal del embargo.
Una joven de Centro Habana confía que con la visita de Carter el
restablecimiento de las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba
transite por vías más expeditas, y la beneficie con una solicitud
de visa estadounidense para visitar a su hermana, residente en el norte, pues ya
se la han negado dos veces.
Belkis, dueña de una paladar cercana al Malecón a mediados de
los noventa, espera que el ex presidente Carter influya en el Congreso de su país
con un testimonio sobre Cuba. El levantamiento del embargo permitiría que
vinieran turistas estadounidenses a La Habana y, dado el caso, ella reabriría
su paladar y sin saberlo contribuiría al restablecimiento de la sociedad
civil en Cuba sin acudir a soluciones apocalípticas.
De hecho, el evento de la visita Carter no deja de ser positiva. En una
sociedad cerrada y cercada por barreras naturales y de incomprensión
humana, una brecha abierta significa la posibilidad de hallar una solución.
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