Acerca del
cambio, el velorio y otras cuitas
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, mayo (www.cubanet.org) - Juan R., un anciano pinareño de
69 años, tiene una sombría premonición que lo aflige día
y noche: que lo sorprenda la muerte sin verle el fin a "esto" (esto es
el comunismo, el fidelismo y la falta de libertad).
Y Juan tiene sus razones. Ha visto morir a tantos que albergaron la misma
esperanza, que ya no cree que él mismo pueda llegar hasta el día
del cambio. Se reconforta pensando que sus nietos lo verán.
Pero a veces el pesimismo lo embarga y le mete en la cabeza los más
negros augurios: "esto sigue, esto llegó para quedarse, esto no hay
quien lo tumbe".
Es la misma creencia de un por ciento considerable de la población
cubana, compartida por los dos sectores más radicalmente antagónicos
del país: los castristas y sus contrarios.
Mi tío Felito, por ejemplo, fidelista al cien por ciento, enterado de
mis actividades independientes pro-libre expresión (¡esas locuras!,
las llamó cariñosamente) me aleccionó sobre la fatuidad de
mis quehaceres. Mi tío me habló mal de los americanos. Luego me
dijo muy convencido: "Esta revolución va a durar mil años".
Cuando salí de la casa de Felito, distante 20 Km. de mi pueblo, me
encontré con Ricardo, un compañero de estudios al cual no veía
desde hacía 5 años. Durante la breve charla que sostuvimos me habló
de su situación y la del país en términos tan duros que me
sentí en el deber de darle un consejo. Le dije que inexorablemente nos
acercábamos -por dictamen de la historia- al final del socialismo cubano.
Ricardo mostró su escepticismo sin rodeos. "Tu estás loco
-me dijo-, con la chivatería que hay aquí esto va a durar una
eternidad".
Un nutrido grupo de cubanos no lo cree así. Consideran esos
compatriotas que tras la desaparición física del líder máximo
vendrá el cambio. Suponen que "muerto el perro se acabó la
rabia".
Lastimosamente a muchos que han enarbolado esta teoría les ha llegado
primero su propio velorio, mientras el can estigmatizado sigue ladrando y
eventualmente mordiendo a cualquier hora, aunque ya no a la medida de su gusto.
Por fortuna para el anciano Juan R., existen y trabajan un puñado de
hombres y mujeres que luchan para generar un cambio hacia un sistema mejor.
Cientos de activistas de derechos humanos siembran por toda la Isla las semillas
de la libertad. Y por más que el régimen esterilice y arruine
todo, siempre habrá buenos corredores para llegar a la meta. Porque el
cambio llegará por sus pies y del brazo de quienes han salido a buscarlo.
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