Pancho
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, mayo (www.cubanet.org) - Hace rato observo a Pancho. Estoy
haciendo tiempo hasta que falten diez minutos para las 6 de la tarde.
Desde mi punto de observación la brisa del puerto refresca esta parte
de la vieja ciudad: una plaza adjunta a la Basílica Menor de San
Francisco de Asís, en cuyo centro se alza la Fuente de los Leones. En
derredor, una multitud de palomas se posa entre turistas y lugareños sin
temor al secuestro. En los ultimos años las recién casadas y
muchachas quinceañeras eligen el lugar para tirarse fotos.
Decía que hace rato observo a Pancho. Al principio no me percaté
de su presencia. Me sentía molesto. Otra vez, en la Basílica Menor
de San Francisco de Asís, que han convertido en una estupenda sala de
conciertos, querían venderme el billete de entrada sin señalar en
el comprobante de pago el numero de la butaca elegida por mí. Esto ocurrió
el pasado sábado 27 de abril.
Sumido en mis cavilaciones sobre la situación de fraude y doble moral
de mi país, no me percataba de Pancho. Quizás Pancho, en su
naturaleza esencial, era más importante que el concierto que dentro de
unos minutos comenzaría en la Basílica. Un concierto titulado "Concierto
de Primavera", por el Coro EXAUDI (en latín: escucha) en homenaje y
recordación al 5to Aniversario de la desaparición física de
Dulce María Loynaz, poeta y novelista cubana que recibiera en los
terribles años del Período Especial (1992) de manos del Rey Don
Juan Carlos I de España el prestigioso Premio Miguel de Cervantes, y
muriera, cinco años después, el 27 de abril del año 1997.
¿Acaso Pancho tenía conocimiento del aislamiento que por propia
voluntad (y quizás sabiduría) la Loynaz decidió establecer
en sus predios: una casa señorial del reparto habanero conocido como El
Vedado, abandonada, silenciosa, con un jardín cubierto de hojas muertas,
y una tropa de gatos que se sabían amados?
Desde mi posición también observaba el enorme edificio de la
Lonja del Comercio, y frente, el restaurante "Café del Oriente"
con su falso aire parisino de finales del siglo XIX.
No. Pancho no podía saber las cosas que había y ocurrían
en su derredor. Cada día de la semana, parado en sus cuatro patas,
enganchado a un coche de cuatro ruedas, aguardaba junto con su amo la buena
suerte de que los turistas decidieran regalarse un paseo por la Habana Vieja.
Cuando me le acerqué se estremeció un poco. Le habían
puesto las anteojeras que le impidieron verme con anticipación. Me sentí
tontamente culpable. Aquel caballo no podía disfrutar de la vida como los
seres humanos, aunque quizás tampoco sufrirla.
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