CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de mayo, 2002


Pancho

Ramón Díaz-Marzo

HABANA VIEJA, mayo (www.cubanet.org) - Hace rato observo a Pancho. Estoy haciendo tiempo hasta que falten diez minutos para las 6 de la tarde.

Desde mi punto de observación la brisa del puerto refresca esta parte de la vieja ciudad: una plaza adjunta a la Basílica Menor de San Francisco de Asís, en cuyo centro se alza la Fuente de los Leones. En derredor, una multitud de palomas se posa entre turistas y lugareños sin temor al secuestro. En los ultimos años las recién casadas y muchachas quinceañeras eligen el lugar para tirarse fotos.

Decía que hace rato observo a Pancho. Al principio no me percaté de su presencia. Me sentía molesto. Otra vez, en la Basílica Menor de San Francisco de Asís, que han convertido en una estupenda sala de conciertos, querían venderme el billete de entrada sin señalar en el comprobante de pago el numero de la butaca elegida por mí. Esto ocurrió el pasado sábado 27 de abril.

Sumido en mis cavilaciones sobre la situación de fraude y doble moral de mi país, no me percataba de Pancho. Quizás Pancho, en su naturaleza esencial, era más importante que el concierto que dentro de unos minutos comenzaría en la Basílica. Un concierto titulado "Concierto de Primavera", por el Coro EXAUDI (en latín: escucha) en homenaje y recordación al 5to Aniversario de la desaparición física de Dulce María Loynaz, poeta y novelista cubana que recibiera en los terribles años del Período Especial (1992) de manos del Rey Don Juan Carlos I de España el prestigioso Premio Miguel de Cervantes, y muriera, cinco años después, el 27 de abril del año 1997.

¿Acaso Pancho tenía conocimiento del aislamiento que por propia voluntad (y quizás sabiduría) la Loynaz decidió establecer en sus predios: una casa señorial del reparto habanero conocido como El Vedado, abandonada, silenciosa, con un jardín cubierto de hojas muertas, y una tropa de gatos que se sabían amados?

Desde mi posición también observaba el enorme edificio de la Lonja del Comercio, y frente, el restaurante "Café del Oriente" con su falso aire parisino de finales del siglo XIX.

No. Pancho no podía saber las cosas que había y ocurrían en su derredor. Cada día de la semana, parado en sus cuatro patas, enganchado a un coche de cuatro ruedas, aguardaba junto con su amo la buena suerte de que los turistas decidieran regalarse un paseo por la Habana Vieja.

Cuando me le acerqué se estremeció un poco. Le habían puesto las anteojeras que le impidieron verme con anticipación. Me sentí tontamente culpable. Aquel caballo no podía disfrutar de la vida como los seres humanos, aunque quizás tampoco sufrirla.


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