Evaluando el
alcoholismo (III y final)
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - El alcoholismo, como enfermedad
presente en la Cuba de Fidel Castro y causante en gran medida de accidentes de
tránsito, violencia general, contra la mujer y los niños, y en el ámbito
doméstico, se ha presentado a lo largo de este análisis en íntima
relación con la situación económica y social del país,
lo cual se evidencia en la razón inversamente proporcional hallada entre
oportunidades individuales creadas por ese desarrollo económico y el
nivel de consumo de alcohol en los diferentes territorios de la isla.
Al mismo tiempo, incursionar en la historia del consumo de alcohol a lo
largo del período comprendido entre 1962 y el 2000 evidenció que
hubo momentos de mayor ingestión que los actuales, los que se relacionan
con una mayor cercanía política y económica a la extinta
URSS. Luego, en la medida que Cuba retornó a una identidad nacional
poseedora de su propia cultura alcohólica (bebedores sociales típicos)
el consumo se ha ido ajustando hacia un cierto patrón que a los efectos
del análisis puede estimarse en 26 por ciento de las ventas totales en la
red de alimentación pública, de acuerdo con las estadísticas
oficiales disponibles.
Sin embargo, esas estadísticas muestran que dicho patrón de
consumo es bastante cuestionable: Ciudad La Habana y otros territorios del país
consumen relativamente menos alcohol que en 1962, en tanto en otras localidades
la ingestión crece hasta ser superior el ritmo de ventas de las bebidas
espirituosas, que el de las totales realizadas en la alimentación pública.
Por lo tanto, y más allá de la probada relación entre
grados de desarrollo económico y social y alcoholismo en la Cuba de Fidel
Castro, así como la acusación implícita significada por políticas
restrictivas gubernamentales en materia de economía que impiden el
desarrollo, esta enfermedad parece más un fenómeno localizado en
determinados territorios y en determinados grupos sociales, que un sistema
utilizable para tales o más cuales manipulaciones políticas, unas
en dirección de ocultar la real trascendencia del problema, otras en
dirección de identificarle como prueba de decadencia del régimen
imperante en la isla.
Contra estas conclusiones, amigos de este periodista han expresado que
aparte de lo parcial de las estadísticas disponibles, existe en Cuba una
determinada producción y venta de alcoholes clandestinos de baja calidad
y efectos desastrosos para los consumidores. Pero al conocer las cifras con
mayor detalle, todos han coincidido en que la "destilería informal"
no aporta volúmenes significativos, aunque sí indica la existencia
de un sector de la población de muy bajos ingresos y alcoholismo
contumaz.
No obstante, vale apuntar la existencia en la sociedad cubana de inicios de
este milenio de cierta conciencia sobre la magnitud del problema: el alcoholismo
es un tema recurrente en la prensa oficiosa y un motivo de preocupación
para instituciones como la Iglesia Católica o para la emergente oposición
y el periodismo independiente. Pero las limitaciones encontradas por este
periodista para lograr un acercamiento íntegro y desapasionado al
problema, el secretismo gubernamental observado y, justo admitirlo, la atención
que se le está prestando en centros hospitalarios, son aristas avisadoras
de un abordamiento gubernamental no caracterizado por la osadía.
¿Será que la acostumbrada falta de transparencia del gobierno de
Fidel Castro ha devenido vicio, cual si imitase a los alcohólicos?
¿O será que la admisión del problema tiene por origen la
denuncia nacida desde una sociedad civil emergente que, tras una labor de años,
puede enorgullecerse de algunos resultados?
Preguntas en pie. Entretanto, y como bebedor social típico, nada mal
viene a este periodista degustar una cervecilla. Porque este cubano calor de
julio, lectores, definitivamente la amerita.
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