Periodistas
cubanos desaparecidos
Tania Díaz Castro, UPECI
LA HABANA, agosto - Recordamos aquel reportaje publicado en la revista
Bohemia (año 1959), del periodista cubano Bernardo Viera, que reflejaba
la caótica situación social que vivía la Unión Soviética:
bolsa negra, falta de libertad de expresión, oposición interna...
reportaje que le costó a Vierita, como le decían todos, el despido
de Bohemia por orden del gobierno de Fidel Castro. Quienes lo conocimos, nunca más
pudimos verlo. Había desaparecido. Años después alguien me
dijo que vivía en Venezuela.
Lo mismo ocurrió a cientos de comunicadores de la prensa a lo largo
de cuarenta y dos años de castrismo, cuando también desaparecieron
todos los periódicos y revistas más tradicionales.
Laborar en los medios de difusión masiva, todos propiedad exclusiva
del régimen cubano, siempre ha sido una difícil y riesgosa tarea.
Al más mínimo desliz político los periodistas quedan en
pijama en sus casas, y cuando acuden a las oficinas del Ministerio del Trabajo
en busca de empleo solamente encuentran plazas de enterrador de muertos en el
cementerio, aprendiz de construcción, barredores de calles y las mujeres
periodistas labores de gastronomía en establecimientos públicos.
En el año 1966, por sólo poner un ejemplo, en el periódico
Granma (órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de
Cuba) numerosos periodistas fueron despedidos por resultar "no confiables"
al Estado. A partir de ese momento desaparecieron los hermanos Carlos y Sixto
Quintela, Rosa Berre, José Solís, Nicolás Pérez
Delgado, Fara Armenteros* y otros.
Fue el 3 de mayo de 1991 que se lanzó al mundo la Declaración
de Windhoek, que reclamaba la necesidad de una prensa independiente. Solicitaba
también a la comunidad internacional que declarara ilegal la censura,
considerándola "un grave atentado contra los derechos humanos"
e incitaba a los Estados miembros de la ONU a que "garantizaran
constitucionalmente la libertad de prensa".
Esta declaración, redactada en el seno de una conferencia de la
ONU-UNESCO en Namibia por un grupo de periodistas y editores africanos no fue
divulgada en Cuba como merecía. Ni siquiera los periodistas oficiosos
tuvieron amplio conocimiento de la misma. Sin embargo, al cabo de cuatro años,
con el surgimiento de la prensa independiente en la isla, nos preguntamos si
esta declaración pudo haber influido para que el gobierno de Fidel Castro
se sintiera capaz de tolerar a más de cien comunicadores libres,
agrupados en decenas de agencias, por supuesto, no legalizadas, que envían
sus trabajos al exilio cubano.
Con el objetivo de desaparecer a estos periodistas se legisló y se
puso en vigencia la Ley 88 (también
llamada "ley mordaza"), por la cual ellos pueden ser condenados hasta
a veinte años de prisión por sólo escribir la realidad del
país.
Frente a este turbio panorama nos preguntamos en qué medida los
periodistas independientes hemos podido realizar nuestro trabajo, careciendo de
los medios más elementales, transporte y permiso oficial para asistir a
eventos de todo tipo. Ni siquiera podemos trabajar tranquilamente, amenazados
por instancias jurídicas que imprimen un carácter "legal"
al ejercicio de la represión policial.
Cabe señalar los esfuerzos realizados por el Comité Cubano Pro
Derechos Humanos, fundado y presidido por el doctor Ricardo Bofill. En 1987 y
1988 este comité logró enviar fuera de Cuba escritos periodísticos
denunciando las violaciones a los derechos humanos y en especial la falta de
libertad de expresión y prensa en la isla.
Documentos provenientes de las Naciones Unidas exponen que la cifra de víctimas
de los medios de prensa aumenta en muchos países: más de 200
reporteros fueron asesinados en Latinoamérica a partir de 1990, de los
cuales murieron cien en Colombia, Guatemala y México.
Mientras esto ocurre, producto del exceso de control y represión
estatal, periodistas oficialistas e independientes cubanos desaparecen de su
suelo natal sin la posibilidad de regresar y ser vistos por sus antiguos compañeros
de estudio y trabajo, amigos y familiares. Que esto no se olvide, pues son
cientos y cientos que también han desaparecido.
(*) Con excepción de Fara Armenteros, periodista independiente en
Cuba, el resto vive en el exilio, donde falleció Carlos Quintela.
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