Gajes del sacrificio (II)
Lázaro Echemendía, Cuba Press
SANTA CLARA, abril - Era martes. Aquel inusual bullicio me desconcertó. Mi reacción natural fue súbita; traspasé la puerta rotulada URGENCIAS, y me adentré en mi imprescindible silencio.
Ignoraba hasta entonces el barullo de los martes. Llevaba poco tiempo trabajando allí como médico, y ciertamente aquello no me interesó demasiado.
Me senté, tomé el registro de pacientes y me entregué a la rutina de identificarlo con mi nombre y la fecha correspondiente. Era día 13. Sonreí. "¡Bah!, todos los martes son iguales", me dije, acaso sin equivocarme. "Que pase el primero",
llamé.
Consumí así las tres primeras horas, entre dolores, fiebres, malestares, y exitosos o vanos intentos de alivio. Lo cierto es que me sentí cansado, azotado más por las agobiantes carencias y soluciones heroicas que debo como cualquiera otro asumir, que por el ejercicio
médico en sí.
Pedí permiso y salí a intentar relajarme.
Me sorprendió encontrar aún tanta gente, a poco me percaté de que el número había crecido.
Agrupados todos en torno a una puerta -escribí todos, pero debió ser "todas"-, fieles a aquel día. Sólo entonces sospeché...
- Qué te parece el holocausto de los martes -oí a mis espaldas la voz de un colega.
- En la peluquería nunca hay tantas -le dije. ¿Cuál es el contrario de parricidio? -añadí.
- Regulación menstrual -me respondió con brutal ironía.
En rigor, la regulación menstrual es la variante eufemística del aborto más difundida en Cuba. El descuartizamiento tiene, entre sus ventajas, el no uso de anestesia, y entre sus requerimientos, que debe practicarse antes de las ocho primeras semanas de gestación.
Una rara seducción me zambulló entre la gente.
A mi lado una madre consolaba a su hija: "Tienes que entender, la vida está muy dura, tú verás cómo dentro de unos días vas a estar más tranquila".
Dos muchachas, pantaleta en mano, repasaban animadamente la última noche de cabaret.
Me separé unos pasos.
- Yo nunca te he presionado, tú fuiste quien decidió -le decía un desentendido a su indecisa esposa, a quien por cierto tocaba su turno.
En esto vi al destripador -sus manos le delataban. "Vuelvo enseguida, voy por unas pinzas", dijo, y se alejó tarareando cierto estribillo.
Algo turbado intenté salir. Me lo impidió un rostro de escasos catorce años. A su espalda, alguien comentó: "A mí me han dicho que puede haber perforación de útero", y yo descubrí su súplica. Quise correr y sacarla de allí,
pero adónde, con qué derecho. ¿Y las demás? ¿Qué haría con ellas?
- ¿Y tus estudios? -oí decir. Más que una pregunta parecía una amenaza.
Recordé que yo también... Recordé a mi hijo, travieso y cariñoso, e intenté armar en mi mente al que pudo haber sido su hermano.
Me interrumpió una voz joven, espartana, serena, que evidenciando dotes de líder alentó:
- Estén tranquilas, que ya yo me he sacado siete.
Para mí, más que una revelación fue aquello un mazazo. Cierre ilustrísimo de un aquelarre.
Han pasado los días, tal vez ahora se escurra algún detalle; unas palabras, cierta expresión, levísimos o intensos lloros y temblores; eventos que acaso no aporten más a esta historia.
Sin embargo, hay algo que no me abandonó y que ahora inexorablemente transcribo. Ni una sola vez dentro de aquel martes igual a otros martes, dentro de aquella lúgubre escena o pedazo de Cuba, escuché la palabra "hijo".
Gajes del sacrificio
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material informativo, siempre que se le reconozca como fuente.
|