LA HABANA, Cuba. — Cuando parecía que nada faltaba por escuchar de boca de los incompetentes funcionarios de este país, y cuando parecía que esto no podía ponerse peor, aparece en la Mesa Redonda el ministro de Economía, Alejandro Gil, para decir que ellos —los de arriba— saben que esto está malo, que no hay comida ni transporte y que los apagones son incómodos, pero la única salida es la revolución y el socialismo. Lo dijo con una mezcla de sarcasmo y bravuconería, como quien confiesa que va a matarte de hambre a ti y a tus hijos y lo tienes que aceptar, porque si te da por protestar, entonces te matan a palos o a balazos. La cuestión es simple: una muerte dolorosa por hambre, enfermedades curables y desesperación; o una muerte violenta a manos de las fuerzas represivas.
Es comprensible que se exprese de esa manera. Lo hace, en primer lugar, porque se cree impune, y también porque el pueblo cubano ha aguantado lo inimaginable. De hecho, el soberano se pregunta cómo es posible que digan que esto va a empeorar si no hace dos semanas celebraron una cumbre con casi un centenar de países, si han llovido los anuncios sobre acuerdos con países como Colombia, México, Costa Rica y Rusia para importar carne, si ya se sabe que Cuba está importando huevos de República Dominicana, leche en polvo de Bielorrusia y arroz de donde sea.
En este escenario de miseria atroz, sin dinero para sufragar siquiera la ínfima cuota que dan por la libreta de abastecimiento, Hugo Cancio obtiene una licencia para vender carros en Cuba, Francia prepara un envío de mil vacas para ser alimentadas, ordeñadas y reproducidas en un país cuyo propio ganado muere por desnutrición, Estados Unidos anuncia que permitirá a emprendedores de la Isla abrir cuentas en bancos del país y Miami organiza un encuentro entre empresarios cubanos “independientes” y sus pares norteamericanos.
Nadie entiende a qué juegan Estados Unidos y la Unión Europea, muy bien enterados del reclutamiento de soldados cubanos por Rusia para pelear en Ucrania, un conflicto que ha traído grandes pérdidas a las naciones de Occidente. ¿Por qué le siguen lanzando el salvavidas a un régimen que coopera con su enemigo, tal como lo reconoció públicamente el embajador de La Habana en Rusia?
El Kremlin está exigiendo carne de cañón a cambio de seguir prorrogando la deuda de Cuba, y para nada está obligado a ser más generoso con la dictadura de Díaz-Canel. No han dado, ni darán, todo lo que insinuó Boris Titov cuando sonaron las campanas de la nueva era de manutención. No obstante, en algunas tiendas en MLC hay latas de spam con caracteres cirílicos.
Tal vez algunos generales cuyos hijos disfrutan la vida en el extranjero, fuera de peligro, consideran que esas laticas bastan para honrar la larga e interesada amistad entre Cuba y Rusia con el envío de jóvenes al frente de batalla. Así lo hicieron en otros tiempos, cuando no hubo padre ni madre capaz de interponerse entre la bestia verde olivo y el hijo que le iban a sacrificar en Angola o Etiopía.
Cuba exporta mercenarios y el mundo libre insiste en tranzar con su régimen. El pueblo cubano sigue contemplando, resignado, cómo la Isla se desangra en un éxodo terrible, mientras la Asamblea Nacional aplaude el llamado de Díaz-Canel a usar la guapería para enfrentar los problemas, como si no tuviéramos ya delincuencia suficiente.
Ningún diputado “gallito” y defensor de la iniciativa privada dijo esta boca es mía. Todos aplaudieron porque les conviene y se sienten protegidos por la maquinaria represiva que no ha visto esfumarse del todo sus prebendas. Díaz-Canel quiere a sus esbirros fuertes para la próxima revuelta, que puede o no ocurrir, pero hay que llevar ventaja contra un pueblo hambreado, enfermo y muy temeroso de dejar a sus hijos desamparados en medio de lo que se avecina.
Sin embargo, los cubanos no están obligados a poner ni un muerto más. También se puede mostrar valor sin enfrentar a nadie. Si no se produce nada y no hay dinero para importar; si el salario no alcanza, la inflación no cede y los apagones añadirán más presión sobre la realidad infernal que estamos viviendo, que se quede todo el mundo en casa para que este país finalmente se detenga y descanse en paz.
Los cubanos pueden unirse en un gesto cívico y pacífico sin precedentes para terminar con la claque gobernante. Que no haya empleados para atender al turismo y los trabajadores agrícolas abandonen la tierra; que los ingenieros renuncien a la agonía sin fin de las vetustas termoeléctricas; que los padres no envíen a sus hijos a la escuela y los médicos decidan a conciencia qué es preferible: ir al hospital a decirles a los pacientes que no hay ni gasa, o ahorrarse la angustia de ver cómo la gente muere o queda lisiada por falta de recursos en la “potencia médica”.
Sería una solución dura, pero definitiva. Con su desfachatez, Alejandro Gil y Miguel Díaz-Canel han puesto luz verde a los cubanos. La orden del paro nacional está dada.
ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.