CDMX, México. – Corea del Sur, indiscutiblemente, está de moda. Por estos días Occidente se rinde ante casi todo lo que venga del país asiático: tecnología, autos, productos cosméticos, pero sobre todo cultura.
Con 51 millones de habitantes, la Corea democrática es la capital del continente asiático cuando de arte hablamos. Al punto, de que no es exagerado sostener que todo lo que huele a Seúl viene con cariz de éxito: Parásitos fue la primera película de habla no inglesa que ganó el Óscar a mejor filme (además de otras tres estatuillas). El juego del calamar es una de las series con más reproducciones de Netflix y un hit en el cosplay.
El grupo BTS, el mismo que ha roto récord tras récord, se reunió con Joe Biden en la Casa Blanca, y ha asistido a la Asamblea General de la ONU como emisario de su país.
En las últimas tres décadas, Corea no solo pasó de ser un país con un PIB similar al de naciones africanas pobres a un gigante de la economía mundial; sino que ha consolidado su influencia más allá de sus fronteras sin necesidad de armas, guerras o sanciones. ¿Qué es esto sino la perfecta obra del poder blando?
La ola coreana (hallyu), como se le conoce a este fenómeno, ha conquistado el mundo con sus diversos productos: K-pop, K-dramas, K-beauty, K-fashion… Su marca es ubicua y su paradigma de perfección casi tan inalcanzable como perseguido. Y como mismo ha conquistado al resto del planeta, también está en Cuba.
Clubes de fanáticos, festivales, youtubers especializados en el tema, Semana de la Cultura Coreana en La Habana y adolescentes con bandas de covers por todo el país son algunas de las salpicaduras que ha dejado la hallyu en la Isla.
¿Cómo empezó todo?
Aparentemente, el furor K inició en Cuba alrededor de 2012. Por esa fecha, la Televisión Cubana transmitió La reina de las esposas, un dramatizado (dorama) que mostraba un estilo de vida distinto con costumbres e idiosincrasia que poco tenían que ver con las nuestras, pero que cautivó a parte de la audiencia nacional. Ese germen creció y unos tres años después, ya la cultura coreana tenía su primer club de fans en el país.
En abril de 2015 surgió en La Habana ARTCOR Club de Arte Coreano, un proyecto sociocultural creado por fanáticos apasionados de la hallyu. Lo que era un grupo reducido creció hasta expandirse a Holguín, Santiago de Cuba, Isla de la Juventud y Villa Clara. “Hoy somos miles de fanáticos”, explica Ada Moreno, la comunicadora del proyecto.
Ahora no solo hablan de los doramas, también organizan eventos culinarios, proyectan audiovisuales, echan a andar festivales y cada semana hay “Discorea” (una discoteca donde solo se escucha y baila K-pop).
“El K-pop abrió el camino para que llegáramos a interesarnos por la cultura coreana en general. Una cultura milenaria, rica en tradiciones que combinan magistralmente con la más alta tecnología. Todo es fascinante: la moda, el maquillaje, el arte de lograr las cosas hasta la perfección, la disciplina”, explica Ada.
Detrás de esa milimétrica perfección que ella admira hay un riguroso programa de formación al que entran adolescentes y jóvenes durante años. Los seleccionados para las “granjas de ídolos” deben someterse a un exigente proyecto en el que su tiempo se reparte entre el ejercicio físico, el canto, la práctica de coreografías, el estudio de idiomas, el aprendizaje de modales y la gestión de redes sociales. Los “ídolos” tienen claro que sin audiencia no son nadie, así que deben aprender cómo acercarse a esta, cultivarla y hacerla crecer.
Ocho años después de la apertura de ARTCOR en La Habana sus integrantes han logrado celebrar la Semana de la Cultura Coreana en Cuba, que en breve tendrá su segunda edición. Eso sí, con un poco de ayuda de la diplomacia del país asiático que tiene entre sus responsabilidades esenciales que su cultura llegue a cada rincón y remueva cimientos.
Fuentes especializadas calculan que el K-pop mueve unos 10.000 millones de euros al año.
La perfección se llama K-pop
Todo en el K-pop resplandece con una escalofriante perfección. No parecen humanos, sino máquinas quienes ejecutan las coreografías, una especie de réplicas virtuales que no fallan un movimiento, un gesto. Los artistas, como sacados de una caricatura, son jóvenes y hermosos: rostros simétricos, cuerpos delgados, pieles impolutas. Las canciones no tratan de sexo o dinero como en el reguetón. Ni falta les hace. Sus letras son pegajosas, tienen ritmo y son modernas, pero se centran en mensajes positivos de éxito. Es un constante “ Tú puedes”, “Cree en ti mismo”, “Que nada te detenga”.
Sheila Pérez asegura que justo eso la atrapó del género. “Componen de una manera tan especial que nos hacen ver la vida de modo distinto. Todo cobra sentido. Sobrellevan los errores sin culpar a otros, cuidan cada detalle, se trazan metas y las alcanzan. A mí sus mensajes me han enseñado a ser una mejor persona”, asegura la adolescente de 16 años.
Ese es uno de los secretos del K-pop: exhibir a sus artistas tan inalcanzables como “cotidianos”. Son jóvenes que se esforzaron y que mediante mucha disciplina tocaron un sueño. No te venden solo una melodía pegajosa sino también una historia de vida, de superación. Un “si ellos pudieron, tú también”.
Desde Jovellanos, un municipio localizado a 49 kilómetros de Matanzas, Sheila dirige Love Over Life, una banda de K-pop que ensaya a diario en la Casa de la Cultura. Antes lo hacían en los parques, pero recibían muchas burlas. Su sueño es representar a Cuba en algún festival internacional pero, por el momento, se conforman con actuar en pequeños escenarios locales e ir aprendiendo. Su paradigma es la banda BTS, la que grabó con Coldplay y la primera del movimiento en vender más de un millón de discos.
Aunque sean estos probablemente los rostros más famosos de la música coreana, 14 años atrás el mundo giró los ojos a la nación asiática por el tema Gee, de Girl’s Generation, en 2009. Después vino el éxito viral en 2012 de PSY con Gangnam style que allanó el camino. Durante la década posterior, el éxito del K-pop ha sido indetenible. Bandas como BTS, Big Bang, 2NE1 y Blackpink se han convertido en estrellas mundiales que también los jóvenes cubanos veneran.
Blackpink, por ejemplo, es el referente de Adhara, un grupo conformado por cinco chicas que surgió en 2016 en La Habana.
“Estuvimos un tiempo preparándonos porque no teníamos ni idea de cómo bailar y mucho menos el estilo de K-pop que busca la perfección. Lo intentábamos pero lamentablemente no éramos buenas”, confiesa Claudia Camila Soltura, miembro de Adhara.
Muchos ensayos después, en agosto de 2019, filmaron su primer video, y en diciembre del mismo año se presentaron en vivo, con público. En lo adelante han sido elegidas en dos ocasiones para representar a Cuba en un festival regional de K-pop, con sede en Argentina, y las han invitado varias veces a la televisión. “Hemos estado cuatro veces en el programa Baila Conmigo. En la última ocasión nos dedicaron un especial sobre nuestra historia y el K-pop”.
View this post on Instagram
Adhara, a diferencia de Love Over Life, no solo tiene más experiencia y seguidores en redes. También impulsa su carrera residir en La Habana, donde están los canales de televisión y se concentran la mayoría de los espacios y festivales que promueven el género dentro del país.
En apenas unos días, el 3 de junio próximo, inicia uno de los festivales que prepara ARTCOR: el Kpop Cover Dance. Hasta la capital llegarán jóvenes de todo el país que llevan meses preparando sus coreografías. Las grabaciones de las mejores presentaciones son enviadas a la Embajada de Corea, que luego las despachará a Seúl. Allí tienen la última palabra para elegir por continente varias agrupaciones que podrán viajar a Corea.
Ya Cuba lo ha conseguido en dos ocasiones. En 2018 (Limitless) y 2019 (LTX) se colaron en el K-pop World Festival y aterrizaron en Asia. Ahora Adhara y otros sueñan con lograrlo y conocer la bella Seúl, que tanto han recorrido virtualmente. Al final el K-pop no solo se trata de música y belleza, es también sobre un submundo, una comunidad lejana a la que sientes que perteneces.