LA HABANA, Cuba.- Ha muerto en Moscú, a los 91 años, Mijaíl Gorbachov, el último secretario general que tuvo el Comité Central del Partido Comunista Soviético y presidente de la Unión Soviética.
Gorbachov protagonizó el hecho más importante de la segunda mitad del siglo XX para la política internacional: el fin del comunismo soviético, el llamado “socialismo real”.
A partir de su llegada al poder en 1985, quiso reformar el sistema y dotarlo de cierta democracia mediante la glasnost (apertura, transparencia) y la perestroika (reconstrucción) para sacar a la Unión Soviética del estancamiento y la crisis en que había caído bajo Brezhnev, Chernenko y Andropov. Pero el comunismo soviético era irreformable y todo se le fue de las manos a Gorbachov: se vino abajo la gigantesca cárcel de naciones que era la Unión Soviética y, con ella, uno tras otro, todos sus regímenes satélites de Europa Oriental.
Los comunistas de línea dura nunca perdonarán a Gorbachov por haber provocado el derrumbe soviético y la consiguiente debacle mundial del comunismo y sus derivaciones que todavía hoy, más de tres décadas después, están reinventándose y no acaban de recomponerse.
Los fundamentalistas del marxismo-leninismo-estalinista que acusan a Gorbachov de haberse confabulado con Occidente, hubieran preferido que Mijaíl Serguéyevich lo hubiese dejado todo tal y como estaba, sin hacer reformas. Y que en todo caso, de haber hecho las reformas y habérseles ido estas de control, hubiese tenido la misma mano dura de sus antecesores para la represión, aunque fuera preciso masacrar a millares de personas en los países de Europa del Este y las repúblicas soviéticas que aspiraban a la independencia.
Pero Gorbachov no era un criminal y si algo tenía era inteligencia y sentido común. Si algo se le puede reprochar a Mijaíl Gorbachov es el siniestro manejo hecho por el Kremlin de la explosión del reactor nuclear de Chernóbil en 1986. Pero siendo Gorbachov un producto del comunismo soviético, acostumbrado al secretismo y la férrea disciplina partidista, no se podía esperar otra cosa de él en aquel momento.
No me propongo santificar a Gorbachov, ningún político merece ser beatificado. Pero los amantes de la libertad y la democracia debemos agradecerle que, habiéndoselo propuesto o no, haya conseguido el fin del aberrante imperio soviético.
También los cubanos debemos estarle agradecidos a Gorbachov, a pesar de que el derrumbe de la Unión Soviética (“el desmerengamiento”, como lo llamó Fidel Castro) causó que nos sumiéramos en el hambre y los apagones del llamado “Periodo Especial”. Debemos estarle agradecidos porque nos sacó del letargo e hizo que la mayoría de los cubanos abrieran los ojos a la realidad del monstruoso sistema al que estábamos sometidos. De haber seguido el régimen castrista viviendo parásitamente del millonario subsidio soviético, aun serían muchos los cubanos que seguirían con los ojos cerrados o negándose a ver.
Recuerdo la atmósfera que había en Cuba a finales de la década de 1980, cuando estaba en marcha en la Unión Soviética la Perestroika. Éramos muchos los que seguíamos los discursos de Gorbachov; nos desvivíamos por leer Sputnik y Novedades de Moscú, para enterarnos de los crímenes de Stalin, de que Afganistán se había convertido en el Vietnam soviético; descubríamos que el paraíso comunista no era como nos lo habían pintado.
Muchos, incluso con carnet del PCC, se ilusionaron con la posibilidad de reformar el socialismo en Cuba, haciéndolo más abierto y democrático. No se ocultaban para hablar de ello.
Pero a aquellos perestroikos, como los llamaban, Fidel Castro les tronchó las esperanzas al lanzar en 1987 su Política de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, que iba a contracorriente de la Perestroika, y con la cual, según aseguraba, “ahora sí vamos a construir el socialismo”.
Para rematar, Fidel Castro desairó a Gorbachov cuando visitó Cuba a principios de 1989, interrumpiendo sus palabras durante una rueda de prensa, para aferrarse tercamente al dogma comunista. Y en diciembre de 1989, por órdenes suyas, quedó prohibida la distribución en Cuba de las revistas Sputnik y Novedades de Moscú.
También recuerdo lo ilusionados que estaban los castristas en agosto de 1991, durante el breve tiempo en que un golpe de estado sacó del poder a Gorbachov. Supongo que a los mandamases castristas, aunque no lo digan, les alegre la muerte de Gorbachov. Nosotros, los que aspiramos a la democracia, le estaremos siempre agradecidos. O al menos lo respetaremos. Ojalá los dirigentes comunistas que sufrimos por acá tuvieran un átomo de la sensatez y la decencia de Mijaíl Serguéyevich. Y que conste, que lo de la decencia no es un desquite porque Díaz-Canel haya tildado de “indecentes” a los cubanos que protestan contra su régimen.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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