LA HABANA, Cuba. – Hace años que no me invitan a una Feria del Libro. Hace años dejé de ser un escritor para las autoridades de la Cultura, para los invitadores, pero hubo un tiempo en el que asistí a ese recinto ferial de La Cabaña para presentar algunos de mis libros. En ese mismo sitio me entregaron también algunos premios, pero todo cambió, y esas mismas instituciones que antes distinguieron mis libros, luego prescindirían de ellos, y de mí. Las autoridades culturales, y sus casas editoriales, me eliminaron de sus catálogos y mis libros dejaron de hacer el camino a la imprenta. Fue así que intentaron convertirme en un “no escritor”, que así me gusta parafrasear al Reinaldo Arenas de la “no persona”.
Y sí que hubo otros tiempos, y son esos los que me hicieron sentarme ahora frente a mi PC para recordar esas ferias de antaño pero más que todo a un suceso que va mucho más allá de las presentaciones de libros. La Feria del Libro de La Habana es ahora solo un pretexto para poner el dedo en otras llagas, aunque quizá sea mejor llamarlas pústulas, llamarlas úlceras. La Feria de ahora mismo me sirve para convocar recuerdos. La Feria, y un viejo suceso, me sirven para dar algo de luz a un asunto que enluta al país, y que son las muertes de mujeres a manos de “los machos”.
Si menciono la Feria del Libro es porque en una de ellas, hace ya unos años, presencié algo que tenía todos los tintes del machismo, del más reacio, y sobre todo antagónico, en extremo, al discurso oficial cubano. Ahora he vuelto, gracias a la memoria, a Santa Clara, a una Feria del Libro. No recuerdo qué libro presentaba yo, pero sí recuerdo muy bien que me acompañaba Ana Lidia Vega Serova, esa escritora ruso-cubana. Y mejor aún recuerdo la presencia en esa ciudad, a la que suelen llamar “La ciudad del Che”, de Benicio del Toro, el actor que encarnó a Guevara en una película que exhibe el título “Ché: el argentino”.
Recuerdo que el actor quedó deslumbrado con Ana Lidia. Recuerdo también el brillo en los ojos de Abel Prieto, quien había llegado a esa ciudad para la Feria. Recuerdo que el autor de El vuelo del gato se llevó al vuelo lo que sucedía, y brillaron sus ojos.
Abel Prieto se mostró eufórico, parecía no dar crédito a lo que veía, o quizá era todo lo contrario. Abel Prieto advirtió a la rusa de lo que él descubriera, y lo que suponía que, sin dudas, era un negociazo político, un “toma y daca”, favores contra favores. Si el actor terminaba enamorado su compromiso con Cuba y con su “Revolución”, crecerían, y todo gracias a la figura de una mujer lesbiana.
También de ese ministro recuerdo otro “chiste” que hiciera él mismo, y también en público, en esa misma feria. Abel Prieto contó de una visita suya a un lugar del Oriente cubano, donde las autoridades culturales del remoto pueblo le prepararon una pintoresca velada en la que cantó una mujer de exuberantes formas quien, al terminar de ejecutar su canto le preguntó: “¿Vio minitro, que vo’ yo tengo?”. Esta vez no solo hacía un chiste sexista, esta vez también hacía chanza con la manera de hablar de los cubanos del Oriente del país.
Abel Prieto tuvo el mal gusto de reírse de su propio chiste, tuvo el mal gusto de burlarse de la cantante del Oriente, como si él fuera el lingüista que advierte eso a lo que llaman, en fonética y retórica y cuando se pierden las eses al final de la sílaba, resilabificación, y que nos sucede a nosotros los cubanos, quienes seseamos, quienes no atendemos mucho a la zeta, que también nos tragamos, no sé si por hambre, esas implosivas eses al final de una sílaba.
Él se mostraba, y sin remilgos, como el machango que es, un machango en un país de machistas, en un país en el que crece el número de mujeres asesinadas, incluso dentro de una estación de policías. Si un ministro exhibió antes tal desfachatez para tratar a una mujer, si hace obvio su machismo en un país de machangos, a nadie le extrañará que por estos tiempos creciera tanto el número de feminicidios.
Si existen hoy tantos feminicidios en Cuba, la mayor parte de la culpa la tiene el poder y su doble moral. Muchas veces el jefe hace vanagloria a las mujeres en asambleas y congresos, pero cuando está fuera de asambleas y congresos actúa de manera contraria a la que antes estuvo predicando. Ese individuo que mañana podría hacer un discurso en el que abunde la retórica feminista, podría olvidarla inmediatamente, y con solo abandonar el podio, y la chanza de sus socios se haría evidente, porque reconocen que una cosa es en el podio y la asamblea, y otra en la realidad.
La doble moral casi siempre se hace acompañar de la imposición de pautas y conductas con las que no cumplen quienes propusieran esas buenas acciones y normas de conducta. Y si en Cuba hay un desmedido crecimiento de los feminicidios, la culpa es del poder que les da la espalda.
¿Acaso no es violencia de género que se haga legal, y hasta bueno, que las autoridades usen la violencia contra las Damas de Blanco? ¿No es violencia de género la golpiza o el encierro domiciliario contra cualquier mujer periodista? ¿Y quiénes ejecutan esas violencias? Sin dudas la policía que regenta el gobierno comunista, ese gobierno comunista que ve a la mujer solo como el útil a la mano que satisface, por encima de todo, sus deseos sexuales.
La doble moral es la de esos jefes que repletan sus agendas con el número de teléfono de las mujeres que desean llevarse a la cama. La doble moral es un signo de violencia, una señal de asentimiento a la mala conducta de algunos, de muchos, machos. ¿Y qué hace un macho policía cuando llega una mujer violentada a denunciar al macho que la violenta? Ese macho mira el golpe contra el pómulo, la sangre, las huellas del bofetón, y pregunta, a ella primero: “¿Qué le hiciste?”.
Y es por eso que vuelvo a recordar al exministro esgrimiendo conveniencias en el horror que proponía; por suerte, su capacidad de persuasión no consiguió convencer a la escritora que fue objeto del deseo de Benicio del Toro. Lo que Prieto propuso era una juego de favores, una especie de obligaciones morales que a la larga, y hasta a la corta, resultarían beneficiosas al proponente, en este caso el poder cultural cubano, ese poder totalitario cubano que podría contar en su nómina de propaganda a un actor famoso, a un sex symbol.
Así, pese a la FMC y a las “políticas de igualdad”, las mujeres siguen siendo vistas como objetos del deseo; lo demás es, y muchas veces, fachada, pura retórica. Y el violador lo sabe, el abusador está seguro de que el policía es su compinche y podría comulgar con sus arrebatados deseos, a fin de cuentas se trata de “un deseo de machos”, y los machos mandan, lo demás, esas organizaciones femeninas, son puro atrezo. Y los feminicidios seguirán creciendo, y el hecho de que una mujer fuera ultimada en una estación de policías; y las otras, las muchas muertes de mujeres víctimas de la violencia del macho, así lo prueban.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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