LA HABANA, Cuba. — Contra Ucrania, Vladímir Putin y sus voceros han desatado en el mundo virtual una guerra tan perversa como la del ejército ruso en el campo de batalla.
Con su descomunal campaña mediática demonizando a los ucranianos y culpando del conflicto a Estados Unidos y la OTAN, intentan justificar la genocida agresión, a la que, pese a la magnitud que ha alcanzado, cínicamente se empeñan en seguir calificando como “operación militar especial” encaminada a “desnazificar a Ucrania, librándola del régimen neonazi de Zelensky”.
Buscan, además, ocultar al mundo y al propio pueblo ruso sus reveses, sus cuantiosas bajas y las atrocidades cometidas contra la población civil de una nación a la que no pueden rendir.
Es asombroso que la burda y mentirosa narrativa sobre Ucrania de Putin, su secuaz Medvedev, el canciller Serguei Lavrov, Rusia Today y Sputnik News haya conseguido convencer a algunos en Occidente. Se puede entender en países como Cuba y Venezuela, regidos por dictaduras aliadas de Rusia y donde la única (des)información disponible es la de los medios al servicio del Estado. Lo inconcebible es que las mentiras de Putin sean creídas por personas bien informadas y que viven en países democráticos. Y más si son personas que constantemente se pronuncian contra el imperialismo y a favor de la paz mundial.
Y conste que no me refiero —porque esos no tienen remedio— a los comunistas trasnochados y frustrados que aún quedan desperdigados por medio mundo, que desprecian la democracia, odian denodadamente a los Estados Unidos y siguen creyendo que Rusia es todavía la Unión Soviética que se derrumbó hace 32 años.
A prejuicios y falsas creencias y percepciones se debe la aceptación por algunos en Occidente, a la derecha o a la izquierda, de los argumentos de Putin. Y si no la aceptación total, sí la concesión del beneficio de la duda a su narrativa anti-ucraniana.
Esos prejuicios, traumas, resentimientos y complejos de culpabilidad datan de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, y hacen que los Estados Unidos sean percibidos como una potencia imperial que —como ocurrió en Irak— se involucra en conflictos movida por intereses económicos o geopolíticos.
Aceptando que pudiese haber algo de cierto en esa visión, en el caso de Ucrania, la potencia imperial agresora es Rusia. No importa si Putin alega que invadió Ucrania para contener el avance de la OTAN hacia las fronteras de Rusia y proteger a los rusoparlantes del Dombás: es imperialismo del más puro y duro.
Occidente no puede repetir el error de Munich en 1938, cuando intentó apaciguar a Hitler regalándole los Sudetes. Con el apetito y la agresividad que demuestra Putin, el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea a Ucrania es justificado y necesario.
Los que se oponen al suministro de armas occidentales a Ucrania por el temor de que provoque una escalada en el conflicto, deben tener presente que si Ucrania es sometida por Rusia, luego le tocará el turno a los países bálticos, Polonia, Moldavia, Finlandia. Y China se envalentonaría y se animaría a apoderarse de Taiwán.
La narrativa que atribuye la guerra en Ucrania al enfrentamiento entre Rusia y Estados Unidos emerge del pensamiento colonial. Ucrania es vista a través del lente colonial como un objeto y no como un sujeto de la política internacional.
Hay que poner las cosas en su contexto histórico. Las ambiciones imperiales rusas sobre Ucrania datan de mucho antes de la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica. Ucrania ha tenido que enfrentar el imperialismo ruso desde el siglo XVII. Primero fueron los zares, luego la Unión Soviética y actualmente Putin, que aspira a recomponer el imperio, la Gran Rusia.
Y no solo eso. La guerra de Putin no es solo contra Ucrania: es también contra la democracia, el Estado de derecho, la globalización liberal; una guerra de un autócrata ultranacionalista y resentido contra Occidente y sus valores.
Contribuir a la defensa de Ucrania, pese a todos los riesgos que implique, aun los más letales, es un deber de todos los que en el mundo aman la libertad. Pudieran lamentarlo, cuando ya no haya remedio, los que hoy no lo entienden así.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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