LA HABANA, Cuba. – Mientras se mantengan los suministros desde PDVSA, la miseria se mantendrá en límites tolerables y, por tanto, no habrá alborotos sociales de consideración que pongan en jaque al régimen militar.
Ciertamente, los cubanos han aprendido a sobrellevar las penurias. La mayoría sortea, a su manera, el racionamiento, los bajos salarios y la inflación, apenas tres de las dificultades a enfrentar a diario, en todo el territorio nacional, salvo en las zonas donde habita “La Nueva Clase”, título de un libro del escritor yugoslavo Milovan Djilas (1911-1995), donde criticó el elitismo burocrático de las élites de los partidos comunistas que asumieron el poder en Europa del Este tras la derrota de la Alemania nazi.
En concordancia con el texto citado, los cuantiosos privilegios de la nomenclatura insular se mantienen intactos en medio de la pobreza endémica que afecta a un porciento significativo de la población. No se cansan de predicar la austeridad y el sacrificio desde las tribunas y los medios de prensa, pero su estilo de vida burgués choca con todas esas conceptualizaciones arrancadas de los manuales marxistas-leninistas, para el sometimiento de las masas populares a la ideología del partido único.
Es preciso señalar que la ruina económica y sus graves impactos sociales, tienen garantizado los parches necesarios para aplazar el colapso. Nicolás Maduro vela porque los barcos cargados de oro negro lleguen a las costas de la mayor de las Antillas, pese a las medidas de castigo impuestas por los Estados Unidos contra las navieras de terceros países implicadas en el traslado de combustibles entre ambas orillas. Algunas fuentes indican que las últimas transferencias petroleras se han realizado en buques venezolanos. Más allá de la veracidad o no de la información, lo cierto es que Cuba no se ha paralizado e incluso ha mejorado, ligeramente, la disponibilidad de algunos productos en las tiendas, tales como aceite vegetal, jabón, carne procesada y pollo congelado, en comparación con tres meses atrás, cuando hubo atisbos de un regreso a los peores tiempos de la crisis, de la primera mitad de los 90 del siglo pasado, causada por el cese de los subsidios procedentes de la ex Unión Soviética y el resto de los países integrados en el Pacto de Varsovia.
La presencia de Maduro y sus huestes en el poder, obliga a repensar el final de una dictadura, aún reconocida por decenas de países y cuyos principales exponentes no parecen dispuestos a ceder un ápice.
Huyen hacia adelante, con la asesoría de los estrategas cubanos, y solo una parte del mundo está comprometida en buscarle una salida imparcial al conflicto, lo cual indica que la presión no es lo suficientemente fuerte como para precipitar algún desenlace, en este caso un plebiscito o elecciones libres, supervisadas por entidades internacionales y gobiernos democráticos. La invasión foránea o el golpe de Estado parecen estar fuera de la ecuación por el momento. Si bien no son descartables del todo, al parecer, las mayores apuestas son por un arreglo político con tal de minimizar el caos.
Con los altos mandos del ejército a su lado, al igual que las fuerzas de seguridad, Maduro resiste sin perder un minuto en la búsqueda de estrategias para dividir a la oposición, no tanto para destruirla, sino debilitarla, por si no le queda más remedio que aceptar un reto en las urnas.
Por su parte, los mandamases de Cuba buscan con denuedo garantizar algún respaldo financiero, la condonación de deudas y ayudas de cualquier tipo, de países ideológicamente afines o de otros, a cambio de promesas y acuerdos confidenciales.
La revolución bolivariana no tiene futuro. Cuenta con alrededor de 20 años de existencia y sería un milagro que cumpliera un quinquenio más. Una pésima noticia para la dictadura insular.
Sin petróleo barato y a raudales, el “neocastrismo” es una ilusión. Y no hay candidatos para la plaza vacante que Maduro heredó de Hugo Chávez. ¿Qué país estaría dispuesto a suministrar más de 100.000 barriles diarios a precios de saldo?
En estos tiempos, no hay quien asuma ese compromiso. Con un poco de suerte, la ayuda sería eventual y modesta. El resto habría que pagarlo en moneda dura, según las leyes del mercado.
Estamos cada vez más cerca de una elección trascendental, tantas veces postergada a causa de los generosos subsidios a una economía inviable.
El socialismo a la usanza estalinista, impuesto hace seis décadas, está agotado.
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