LA HABANA, Cuba. — La convocatoria lanzada recientemente por el mandatario Miguel Díaz-Canel a no esperar que termine la crisis que atraviesa el país para alimentar la espiritualidad de los cubanos ha destapado la caja de Pandora y hecho que salten de ella, además de payasos y bufones, sapos y alimañas.
Este verano, improvisados promotores culturales y otros mediocres descifradores de lo que es la cultura para el discurso oficial, se han apoderado de las instituciones artísticas y culturales y ocupan todos los espacios recreativos.
Para la mayoría de los cubanos resulta dificilísimo, casi imposible, alimentar su espiritualidad en las precarias condiciones en que malvivimos.
¿Se elevará nuestro espíritu escuchando el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, con un tamal mal hecho y una croqueta explosiva de Prodal en el estómago? ¿Reconfortará oír Las cuatro estaciones de Vivaldi después de cinco días de hacer cola para comprar un pasaje de tren o 10 horas para comprar pollo? ¿Y luego de seis horas de un apagón de madrugada con 34 grados de temperatura?
Más que escuchar buena música, la mayoría preferiría un guanajo relleno, no la canción de Juan Almeida, uno para comer.
Pero, ¿qué digo? La llamada música culta no está precisamente entre las principales opciones que brindan los gobernantes de la continuidad para alimentar la espiritualidad. Preocupados por su pueblo, no quieren que a alguien le dé un mareo y caigan al piso escuchando Carmina Burana o que se queden dormidos y ronquen como angelitos con el Réquiem de Mozart.
Si de música se trata, los decisores de la cultura oficial nos dan a elegir entre las canciones con metáforas ridículas de Buena Fe o los gemidos de gato capado con la cola atrapada por un tren de Raúl Torres cantándole a Fidel. O mejor aún: ese himno a los apagones de Arnaldo Rodríguez, el cantor de las fiestas cederistas con caldosas hechas con unos antiquísimos huesos que no se sabe si son de dinosaurios o de los puercos que se ahogaron con el ciclón Flora o de los que hubo que sacrificar a principios de la década del 70, cuando la perversa CIA nos envió la fiebre porcina: “No dejes que se apague la lucecita”.
Para que vayamos a los teatros pronto repondrán la obra Tiene la palabra el camarada Mauser y volveremos a ver la película El Brigadista. Para que no perdamos el hábito de leer, están al reeditar los poemas de Antonio Guerrero, las novelas del realismo socialista de Manuel Cofiño y En Chiva Muerta no hay bandidos, de Raúl González de Cascorro.
Para mantener la tradición, Alexis Díaz Pimienta hará el sacrificio de venir de España para traernos su cantilena melosa, patriotera y traída por los pelos; unas décimas que harían morir de asco si resucitaran a Justo Vega, Adolfo Alfonso, Ángel Valiente y Jesús Orta Ruiz, el “Indio Naborí”.
En cuanto a la recreación… ya vieron los carnavales acuáticos de Caimanera, con demostraciones de pesca en un país en cuyos mares, según una ministra, no hay peces, y reinas del mar ataviadas con vestidos de lamé en pleno verano, coronas de cartón y varitas de marabú forradas con papel crepé.
También son adecuadas para nosotros las parrandas de Remedios, la fiesta camagüeyana de San Juan, y en Manzanillo, al son del órgano oriental, las competencias de jalar la soga, las carreras con sacos y el tiro al pato plástico (con piedras, porque no hay municiones).
La espiritualidad de la que habla Díaz-Canel debe ser una que exorciza los demonios del hambre y los apagones. Porque no me irán a decir los adalides de la lucha contra la colonización cultural, Abel Prieto, Pedro de la Hoz y Fernando Rojas, que dos tumbadoras tocando rumba en una esquina, dos bafles con reguetón a todo volumen en el patio de una escuela, una orquesta de timba y una pipa de cerveza en la Plaza Roja de La Víbora y un concierto de una desafinada banda municipal en un parque desvencijado y sin bancos, van a alimentar el espíritu de la nación y los nacionales.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.