LA HABANA, Cuba. – Era cuestión de tiempo que el primer caso de coronavirus apareciera en nuestro país. No estábamos errados al desconfiar de la propaganda gubernamental que aseguraba la efectividad y el rigor del control sanitario en los aeropuertos. En ello intervino el hecho de que, a través de Internet, ahora más personas se mantienen informadas y, a su vez, transmiten esa información.
“El período de incubación del virus puede ser de hasta 21 días”, me comenta Juan Manuel, que investigó en la web, “o sea, que personas infectadas, pero sin síntomas, pueden entrar al país y no los detectan con los equipos médicos, como tampoco con el chequeo médico manual”.
Es indiscutible que la red de redes nos ha permitido a los cubanos relacionarnos con el mundo, a la vez que acceder a una información inmediata y sin censura que ha contribuido a un cambio en nuestra forma de enfrentar la realidad. Ese libre acceso a la información se ha convertido en un hueso atorado en la garganta de la dictadura, pues la presión de las redes sociales influye en la sociedad.
Por eso, en los primeros días de enero se esparció como pólvora en las redes la noticia del nuevo coronavirus que azotaba a China y se propagaba con rapidez. Pero mientras nos enterábamos de que otros países cerraban sus fronteras, los principales vectores –los turistas– seguían entrando a Cuba atraídos quizás por la propaganda del gobierno, que aprovechó para vender el país como destino seguro en tiempos de pandemia. Por consiguiente, la incertidumbre y la desconfianza se fueron apoderando de la población indefensa. Hasta que sucedió lo que se podía haber evitado: los primeros casos de coronavirus, importados por turistas italianos.
A medida que se informaba de más casos importados, los internautas reclamaban el cierre de las fronteras y denunciaban la ausencia de medidas efectivas para proteger a la población. Aun así, el jueves 19 de marzo en el Granma aparecía una declaración: “El Estado cubano no ha tomado la decisión hasta este momento de cerrar las fronteras con ningún país, pero se ha establecido un seguimiento cuidadoso a todos los pasajeros, especialmente a los procedentes de países en riesgo”. Al mismo tiempo, para crear un estado de opinión favorable a la actuación oficial y tratar de acallar los comentarios negativos, los lacayos oficialistas presentaban en el Noticiero Nacional de la Televisión entrevistas a algunos transeúntes que apoyaban la decisión gubernamental.
Lo mismo hicieron frente a otra decisión inconcebible, que ocasionó verdadera repulsa popular: la de permitir la entrada del buque inglés MS Braemar con pasajeros infectados con la Covid-19 alegando una solidaridad que no tienen con su pueblo, aunque luego se filtró que la compañía Fred Olsen habría pagado al gobierno cubano dos millones de dólares. ¿Y por qué no creerlo? Si no cerraron las fronteras al turismo a pesar del gran riesgo para el pueblo, ¿sería también por solidaridad monetaria?
Finalmente, el viernes 20 de marzo en la Mesa Redonda se informaron nuevas medidas encaminadas a frenar la propagación del virus, como regular la entrada al país excepto para los residentes, la aplicación de prácticas de distanciamiento social, pedir que permanezcan en casa las personas de alto riesgo (ancianos y personas con salud comprometida), evaluar la posibilidad de trabajo en casa, sólo salir a lo imprescindible, como comprar alimentos, medicamentos o hacer algún trámite, evitar las multitudes, limitar los viajes, evitar el transporte público en horario pico, cancelar los eventos sociales, etcétera.
Ahí también se apresuraron los medios oficialistas en mostrar el “apoyo popular” al régimen. La diferencia es que estas medidas sí han sido bien recibidas por una parte de la población, cuya mayor preocupación hoy en día es cumplirlas lo más posible. Al respecto me comentaba Herminio, un anciano: “Dejé de ir a comer a la iglesia porque tenía que coger guagua, y las paradas se ponen infernales, y las guaguas peor: todo el mundo apiñado como sardinas en lata”.
“Pero, ¿cómo voy a quedarme en la casa con este panorama desolador? No me queda más remedio que salir a montear la comida y el detergente, y donde los encuentre, meterme en la cola”, me dice un hombre en la inmensa fila para comprar papas.
En efecto, para algunos estamos viviendo lo que parecen ser los peores momentos de nuestra historia. Este período “coyuntural” es peor que el periodo especial, no sólo porque entonces se vendían los productos de aseo por la libreta de racionamiento. También, aunque muchos cargamos con la secuela de las neuropatías, hoy, además de peor alimentados, estamos horrorizados con la amenaza del coronavirus.
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