LA HABANA, Cuba. – Desde hace días en la cuenta de Twitter del proyecto Inventario se viene haciendo un llamado al Ministerio de Salud Pública cubano a que ofrezca información veraz, en tanto los partes oficiales sobre la COVID-19, publicados diariamente en el sitio web de la institución estatal, en ocasiones han mostrado incoherencias, falta de rigor.
Uno de los ejemplos más ilustrativos e irrefutables son los dos reportes sobre el caso de la ciudadana de Santi Spíritus, fallecida, que al inicio aparece como “cubana, de 78 años de edad” a la que le comenzaron los síntomas el 20 de marzo en la noche, mientras que en otro parte médico posterior es descrita como de 71 años y con síntomas de la enfermedad a partir del día 21.
Otro caso llamativo —que sumarían en total más de una veintena desde que entró la enfermedad en Cuba— fue lo ocurrido con el reporte del evento de “transmisión local” en el barrio de El Carmelo, en El Vedado, que el día 8 de abril, de acuerdo con la información del propio ministro de Salud, hablaba de 8 casos y, al día siguiente, de 7 contagios, es decir, uno menos del que no recibimos explicación.
También, respecto a El Carmelo, la prensa oficialista había anunciado la víspera el cierre de los accesos así como el control riguroso de la zona pero, pocas horas después, sin previo aviso en los medios, se adoptaron medidas un poco menos rígidas, así como en las redes sociales vecinos del lugar se quejaron de no contar con los suministros de alimentos y demás insumos que prometieran las autoridades, una situación que contrastaba con el triunfalismo de los reportajes en los noticieros de la televisión nacional.
Pero la “chapucería informativa”, que mejor sería llamarla “desinformativa”, no queda ahí. Hace apenas unas horas los medios de prensa oficialista denunciaban que el foco de contagios en Florencia, una localidad de la provincia de Ciego de Ávila, estuvo en una celebración familiar a la que incluso Miguel Díaz-Canel señaló como “acto irresponsable” y “repudiable”, por lo cual de inmediato los medios de prensa comenzaron una campaña condenatoria aún sin comprobar la veracidad de tal afirmación.
De acuerdo con lo publicado por un usuario de Facebook conocedor del hecho y de las personas acusadas injustamente, la fiesta que ha causado tanto enojo fue celebrada muchos días antes de comenzadas las restricciones impuestas por el gobierno cubano, incluso en esos momento aún las agencias cubanas de turismo invitaban a los extranjeros a visitar Cuba, lo cual confirma que no solo fue una acusación injusta sino, además, peligrosa e imprudente porque nadie sabe a qué acciones violentas hubiera dado pie, en medio de una atmósfera de temor general.
Lo cierto es que un grupo de ciudadanos ha sido agredido y difamado por el régimen y, sumado a esto, la prensa no ha salido a hacer lo que debiera ser su verdadero trabajo, que es verificar qué fue lo que realmente sucedió con esa familia avileña sino, por el contrario, limitándose al papel de vocera, ha contribuido a crear esa atmósfera que tiene un solo propósito, desviar la atención de los verdaderos responsables de que hoy en la isla todos estemos en peligro de contagiarnos.
No pienso, como algunos por ahí, que no sea el momento de buscar culpables de lo que hoy está pasando en Cuba y de lo que pudiera pasar en unas semanas. Creo que, como prensa, siempre es la oportunidad de llamar las cosas por su nombre, más cuando el propio régimen acusa a toda los medios independientes —metiendo a todos los que molestan políticamente en el mismo saco—, de crear caos mediante la desinformación, cuando lo cierto es que gracias a la presión de esta —precisamente por no estar vinculada al gobierno— y las opiniones en las redes sociales es que finalmente terminaron mandando a los niños para sus casas y se cerraron las fronteras del país. Tuvo que enfadarse mucha gente, incluso dentro de las filas del propio oficialismo, para que alguien allá arriba terminara con esa historia de “Cuba, paraíso a salvo del coronavirus”.
A la desorientación existente, producto de la desinformación, hay que agregar la inconsistencia en la terminología usada por el Ministerio de Salud para denominar los eventos epidemiológicos y para declarar la entrada y salida de las fases de alarma epidemiológica.
Aun, mientras redacto esta nota, los errores reiterados demuestran que no se ponen de acuerdo en qué consiste una “transmisión local”, un “contagio autóctono” o un “caso importado” así como otras categorías que, de tan confusas por la volubilidad con que las aplican parecieran más una jerigonza, algo que ha sido señalado por lingüistas. Algunos hasta se han decidido a tomar cartas en el asunto para intentar poner orden, aún cuando el MINSAP ha publicado su “glosario” —a partir del de la Organización Mundial de la Salud—, pero al parecer no lo consulta para redactar sus informaciones.
Los errores llueven desde el primer día en que, obcecados con las ganancias del turismo, no quisieron cerrar las fronteras y se acogieron a la teoría del sol tropical como vacuna más efectiva.
Lo más reciente fue negar la veracidad de un audio que circuló de móvil en móvil dentro de Cuba y donde se escuchaba a una médico del hospital Calixto García denunciar lo que sucedía en esa institución donde su jefe debió ser ingresado por COVID-19, así como otras personas del mismo departamento. Incluso el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, dedicó sus páginas a desmentir la “bola” y adjudicarla a los “enemigos de la revolución” pero apenas pasó un par de días cuando el propio ministro de Salud reconoció en televisión que lo del Calixto García no era un invento, incluso mencionó otras situaciones similares.
La voz que todos escuchamos estaba en lo cierto y confirma que en esta situación que estamos, hay que prestarle oídos a todo si queremos estar informados. Lo otro es discriminar qué nos sirve y qué no, como periodistas, pero el error estaría en pecar de ingenuos.
A esas “genialidades desinformativas” han ido agregando otros disparates como promover la distribución gratuita y masiva de un medicamento homeopático que, en estas circunstancias y por las propiedades “mágicas” que le atribuyen, provoca más dudas y sospechas que entusiasmo, en tanto nos conduce a preguntarnos ¿por qué, si ya existía hace años tal producto “fortalecedor de las defensas”, entonces no fue administrado durante las epidemias de dengue y demás virus que circulan hoy en el país?
Lo cierto es que la insistencia en distribuirlo con total urgencia, sin ser una droga de probada eficacia preventiva, incluso no reconocida por la comunidad científica internacional, nos inunda de suspicacias. Más cuando vamos sobrados de experimentos sociales y científicos.
Lo primero que se dijo en televisión es que era un medicamento contra la COVID-19 pero al día siguiente, frente a los cuestionamientos en las redes sociales, se aclaró que apenas era un “tratamiento preventivo”. No obstante, para recibirlo, muchas personas deberán saltarse las medidas de aislamiento y asistir a los consultorios y policlínicas del barrio donde, sabemos, las normas higiénicas no son las mejores.
Por otra parte, el modo en que se aplica el Prevengho-Vir —que es como se nombra el producto en cuestión— como gotas debajo de la lengua, aumenta el riesgo de trasmitir el contagio, ya que la enfermera de seguro no cambiará de guantes cada vez que atienda un paciente, así como el frasco es de múltiples dosis, por lo que habrá de ser necesariamente acercado a o introducido en la boca de las personas.
Si agregamos a todo esto que tanta propaganda en la prensa sobre los milagros de las “goticas” traerá como resultado que baje la percepción de riesgo, al creernos inmunizados o “mejor preparados” frente a la enfermedad, lo que se nos viene encima es un cataclismo sanitario de los peores, entonces debemos tanto prensa como lectores estar muy alertas y desconfiar, desconfiar todo el tiempo.
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