LA HABANA, Cuba. – “¡Adelante el arte!”, declaró Jorge Alfonso, “Chicho”, manejador de la Bienal, como convocándolo a una corte marcial. Como si lo tuviese todo bien atado para que los discordantes no le arruinaran la puesta en escena.
“Un evento de inclusión, resistencia y diálogo”, describió el director ejecutivo. Abuso de las palabras como eso de “espacio para el pensamiento” o “fiesta de la imaginación”. Imaginación festiva es creer que “nuestra Bienal está en condiciones de oxigenar el mundo del arte”.
En fin: Adelante el arte… permitido por la policía política. “Esta será la Bienal más controlada y censurada de la historia”, había vaticinado Luis Manuel Otero Alcántara, que enseguida sería metido varios días en un calabozo por empeñarse en hacer un arte que se sale del guion y afea la postal “inclusiva y cuestionadora” bajo control.
A Otero se le aplicó el supuestamente aparcado D349 y se le declaró “no artista”, incluyéndolo en la peligrosa categoría de “anexionista”. Pero el viceministro Fernando Rojas recordó cuán magnánimas eran las autoridades al permitir que muchos artistas opuestos a esa nueva parametración expusieran de manera independiente sus obras.
Dos raperos que se atrevieron a participar en un concierto contra la nefasta normativa no corrieron la misma suerte, y les piden varios años de prisión por delitos fabricados, aunque Maykel “Osokbo” Castillo y Lázaro Leonardo Rodríguez —”Pupito En Sy”— han protestado, se han cosido con alambre la boca y no se han rendido a la injusticia.
A la cubanoamericana Coco Fusco le impidieron de nuevo salir del aeropuerto, sin darle argumentos, aunque escuchó pronunciar la palabra “inadmisible” a unos oficiales. “Me parece trágico que un gobierno hostigue a sus artistas y silencie el debate crítico sobre su cultura para impresionar a los visitantes con la falsa impresión de que el único arte en Cuba es lo que el Estado quiere mostrar”, ha dicho Fusco, también crítica del D349.
Por otra parte, la explicación de Tania Bruguera sobre su ausencia cuestiona todo el andamiaje del evento: “El objetivo de esta Bienal no es promocionar a los artistas cubanos (eso le tocará a cada uno según sus posibilidades), sino que todos vayan entendiendo que el decreto 349 será aplicado sólo sobre quienes sean independientes y hagan preguntas incómodas”.
Y puso el dedo en la llaga asegurando que “ya nadie es inocente”, porque “¿A quién le importan las injusticias que existen en Cuba? No a los que visitan la Bienal”. Para concluir que “Cuba es un país que reprime la libertad de expresión (sobre todo cuando no hay Bienal)”.
Ese margen obligado de la censura —y no la magnanimidad de las autoridades de que habla Rojas— permite que en el marco de la Bienal aparezcan, aunque no como invitados, proyectos y artistas muy contestatarios, o al menos bastante indeseables para los organizadores, en galerías independientes que a veces son las propias viviendas de algunos de ellos.
Así, podemos encontrarnos exposiciones como De un fanático de Rockefeller a un discípulo de Kruschov, con curaduría de Abel González, donde aparecen creadores tan diversos como Leandro Feal, Léster Álvarez, Camila Ramírez Lobón, Julio César Llópiz o Hamlet Lavastida, entre más de una docena.
Y otras muestras alternativas como Las caras de saco, en el Espacio Aglutinador de Sandra Ceballos, la de El Apartamento —donde Leandro Feal golpea con su Intrusismo del inspector para que no olvidemos el D349— o la del incansable e incomodísimo Reynier Leyva Novo, Patria, muerte y azúcar.
Pudiera decirse que en esta XIII Bienal, como en otros amplios festivales culturales, hallamos tanto el arte comercial como el buen arte, el arte mediocre y el simple arte basura, y no falta el talento que prestigie el evento, aunque no pueda cambiar su condición de subproducto para la vitrina de un burdo aparato político totalitario que, como dijo Otero Alcántara, “nunca han podido solucionar nada a nivel práctico” y se basa solo en “la esperanza, la ilusión y el simbolismo”.
No importa si algún día esta será recordada como “la Bienal de ‘Chicho’” o la de cuando “Érase una vez… truz”, por las animaladas que ya sabemos. Lo primario es que seguirá siendo criminalizado el arte independiente y que esta puesta en escena solo quiere hacer parecer que Cuba es un parque temático donde las especies artísticas se pasean libremente.