PARA algunos teólogos con inclinación al análisis de la política los problemas que acosan al viejo y pecaminoso continente europeo se deben a que Dios, aunque no ha perdido el don de la omnipresencia y siente el mismo amor por cada uno de sus hijos, tiene demasiado trabajo en América Latina.
No se trata sólo de darle atención espiritual a los hombres y mujeres olvidados en Haití, ni a los que sufren una dictadura de más de medio siglo o a los pueblos que viven en la pobreza bajo el castigo de la demagogia de los políticos corruptos ( de izquierdas y derechas) desde que vieron la primera luz. No. Son los jefes quienes exigen más tiempo divino los que quieren la eternidad en el poder y tratan a Dios como un funcionario de su gabinete o un asesor de comunicaciones.
Los reclamos más estruendosos y patéticos son las plegarias del presidente Hugo Chávez. Enfermo de cáncer, el venezolano usa un tono impositivo con un toque de complicidad, para pedirle a Jesucristo -frente a las cámaras de televisión- salud y vida.
Él sabe que Dios no ve telenovelas, pero los venezolanos sí. Sabe que el lema del éxito de los culebrones es éste: llorar es un placer. Y Chávez llora en Barinas, su pueblo natal, y pronuncia este bocadillo melodramático: «Dame tu corona, Cristo. Dámela que yo sangro, dame tu cruz, cien cruces, que yo la llevo, pero dame vida. No me lleves todavía…».
En Nicaragua, el presidente Daniel Ortega reza ante los restos de la Constitución y por la salvación de su amigo de Caracas.
Rafael Correa cuenta con todos los santos y con una dictadura sin prensa libre que dure 20 años para transformar Ecuador. Y Evo Morales se ve obligado a pedirle ayuda a Dios en secreto y en público a otras deidades porque ha dicho que la Iglesia católica es un símbolo vivo del colonialismo.
En marzo, durante la visita del Papa a Cuba, se habló de un posible regreso de Fidel Castro a la Iglesia. A lo mejor llegó a un acuerdo privado con el Sumo Pontífice para conseguir una entrada directa al paraíso, pero después de una entrevista con el viajero escribió que para compartir la amistad no hay que compartir las creencias. Siempre que el amigo sea extranjero, desde luego.
A esas jornadas de oraciones y confesionarios hay que añadirle los ruegos de Cristina Fernández viuda de Kirchner. La presidenta necesita el cielo despejado, mucha luz y un vaso de agua clara de la Patagonia para que fluya el diálogo enriquecedor entre ella y Él, que es el apelativo breve y misterioso con el que se conoce ahora a Néstor Kirchner en el piadoso universo americano.
La izquierda dura de aquellas tierras no le deja un segundo libre a Dios.