lA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Con la inconsecuencia y divorcio de la realidad que los caracteriza, los gobernantes cubanos, como dice el viejo dicho, “compraron pescado y le cogieron miedo a los ojos”. En este caso, más bien, “compraron reggaetón y le cogieron miedo a sus efectos”.
Hace varios meses autoridades culturales y personalidades oficialistas de la cultura han emprendido una cruzada intensa contra este género musical que, en la última década, con su monotonía ritmática, sus carencias melódicas y sus letras colmadas de temas banales, machismo, chabacanería e incluso obscenidades, ha ganado enorme popularidad entre jóvenes y no tan jóvenes.
Desde que productores reconocidos oficialmente se gastaron cuantiosos recursos para hacer “televisable” el video clip del ya popular tema “El chupi chupi”, con el cual un grupo de connotados cultores del género al mando del cantante Osmany García llegaron al paroxismo del mal gusto estético y la aceptación popular, las autoridades culturales del país tocaron a rebato y, si no toman cartas en el asunto rápido, la nueva versión del mencionado tema se hubiera de seguro alzado con el premio de la popularidad para el que ya estaba nominado.
El caso es que, después de críticas y cuestionamientos a varios niveles, las autoridades cubanas han hecho lo que mejor saben hacer: prohibir y reprimir. En la última sesión del parlamento cubano el presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión informó la determinación de no difundir ningún número musical o video clip contentivo de chabacanerías, vulgaridades y atentado contra la imagen de la mujer.
Una vez más estos señores hablan como si esto fuera un país normal y las instituciones gozaran de independencia o autonomía, y ellos no tuvieran que asumir la responsabilidad por lo mal hecho, que conlleva tener el poder y control absoluto. Hablan como si hubieran tomado el poder la semana pasada y tuvieran ahora que enfrentar los desvaríos y desmanes de un gobierno anterior.
Lo primero que hay que decir es que el caldo de cultivo y las condiciones socioculturales para que manifestaciones pseudo artísticas y poco edificantes ganen amplia popularidad las ha propiciado el mismo gobierno, con su sistemática destrucción y sustitución de valores, como los principios religiosos, morales y el papel de la familia, para mantener su dominio y control de la sociedad.
Por otra parte el gobierno cubano siempre ha tratado de manipular los productos artísticos para su beneficio, como instrumento de dominación y adoctrinamiento. Recordemos que los iniciadores de la Nueva Trova tuvieron que ser protegidos por ungidos poderosos como Alfredo Guevara y Haydeé Santamaría, después que Pablo Milanés fuera plantilla de las tristemente célebres Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y que Silvio Rodríguez, el que ahora lo ve todo perfecto, entonces inconforme y contestatario, hiciera una pasantía de varios meses como becario de en un barco de la Flota Cubana de Pesca en el Pacifico septentrional.
Ambos creadores fueron recibidos y cooptados por el mismísimo máximo líder cuando se convirtieron en un fenómeno de masas en el extranjero. No olvidemos que el destacadísimo cantautor Pedro Luís Ferrer ha sufrido por un cuarto de siglo todo género de limitaciones y desconocimientos por razón de su honestidad personal y artística.
Fueron las autoridades cubanas las que en la década de los noventa promovieron e impulsaron la llamada Timba, modalidad musical de la música popular bailable pródiga en chabacanería y machismo, para contrarrestar el avance de las propuestas de los jóvenes trovadores que se tornaban poco controlables y peligrosos.
De igual forma, cuando los muchos cultivadores del hip hop cubano comenzaron a avanzar en la percepción nacional e internacional con sus propuestas y cuestionamientos de la realidad nacional, las autoridades culturales trataron de desarmar el movimiento, marginalizando a los cultores del rap que se mantenían firmes en sus posiciones independientes y promoviendo el reguetón, como medio de canalizar en sentido más banal y menos peligroso las energías e inquietudes de la juventud cubana.
Los efectos de esa marea no se han hecho esperar; hasta el punto de hacer normal en la vida diaria los deplorables patrones de expresión y conducta que refleja y promueve el reguetón, glorificador de violencia y desorden social. Tanto es así, que parece que los gobernantes cubanos se han dado cuenta hasta que punto resulta invivible esta sociedad, en la que ellos en realidad no viven, por estar apartados en sus burbujas de suntuoso bienestar.
Sin embargo no creo que todo está perdido, ni es tan medular la incultura que nos amenaza. Aunque a cada paso encontremos incluso personas mayores escuchando reguetón, hay que destacar que cuando apareció en la palestra musical cubana un creador como el cantautor Polo Montañés, con sus ritmos tradicionales y su lírica sencilla y conmovedora, se convirtió en un fenómeno de popularidad de altos quilates. Lo mismo sucede con el cantautor Waldo Mendoza, quien a pesar de no presentar una imagen de galán tradicional, arrastra multitudes con sus melodías románticas y bien elaboradas.
Ahora que el mal está hecho, el ucase de prohibición de la difusión del reguetón debe ser contraproducente en tanto puede sumarle el dulce encanto de lo prohibido, y sabemos el efecto que esto causa, sobre todo en los jóvenes.
La mejor inversión que pueden hacer las autoridades cubanas es en educar el gusto estético de niños y jóvenes, lo cual sería una inversión de largo aliento, pero de resultados seguros y edificantes. Los gobernantes cubanos deben sobre todo perder el miedo a las libertades y a la diversidad, para que asimilen con total naturalidad las manifestaciones de autentica calidad artística y estética, aunque sean independientes e ideológicamente incomodas.