LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Este 23 de mayo arribamos al centenario del natalicio de Carlos Rafael Rodríguez. En realidad no son muchos los preparativos que se han anunciado con vistas a celebrar la efeméride. Una situación que podría llamar la atención de algunos, máxime si se considera el rango político que ese político llegó a ostentar -en su condición de Vicepresidente del Consejo de Estado, era prácticamente la tercera figura de la nomenclatura cubana, detrás de los hermanos Castro-, así como su innegable connotación como escritor de temas sociales.
En su natal ciudad de Cienfuegos se expondrá una muestra transitoria de artículos personales, y serán dadas a conocer algunas cartas inéditas que Carlos Rafael enviara a personalidades de la política y la cultura. Y en la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), un grupo de escritores que conocieron a este antiguo zar de la economía cubana, conversarán acerca de su personalidad. Son, hasta el momento, las únicas actividades que han trascendido.
No hay dudas de que semejante desdén oficial sea motivado por la etapa que representa Carlos Rafael Rodríguez en el devenir de la revolución cubana. Él siempre fue el hombre de Moscú en Cuba, incluso desde 1958 cuando subió a la Sierra Maestra a encontrarse con los rebeldes, y también en aquellos años iniciales de 1959 y 1960, cuando Fidel Castro mentía diciéndoles a los cubanos que no era comunista. Después, y ya en pleno período de sovietización de la vida cubana, en 1976, fue representante permanente de Cuba ante el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), que era el mecanismo que integraba las economías de la Unión Soviética y sus satélites.
Muy notoria fue la disputa académica que en los años 60, desde su puesto de presidente del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), sostuvo Carlos Rafael con el Che Guevara. Este último era partidario de que en Cuba prevaleciera el sistema de Financiamiento Presupuestario, sin la presencia de relaciones monetario-mercantiles entre las empresas, ni otras palancas de mercado, las que consideraba “armas melladas del capitalismo”, y que, según su criterio, irían a comprometer la formación del hombre nuevo. Carlos Rafael, en cambio, defendía la implementación del Cálculo Económico, que reconocía la existencia de la ley del valor en el socialismo, así como otros mecanismos del mercado. Por supuesto que él no era un sincero simpatizante del mercado en la economía. Su punto de vista obedecía a que las reformas contenidas en el Cálculo Económico -muy limitadas, por cierto- eran las que, en ese momento, tenían lugar en la Unión Soviética y otras naciones del denominado “socialismo real”.
Carlos Rafael Rodríguez falleció en diciembre de 1997, pero casi no tenía influencias políticas desde mucho antes. El fin del sistema comunista a principios de los 90 debió transformarlo en un muerto en vida durante los últimos años de su existencia. Hasta la propia prensa oficialista reconoce hoy que constituye casi un desconocido para las nuevas generaciones. Claro, si el estado actual de la crítica cubana (oficialista) con respecto a las ciencias sociales, posee una visión desfavorable de la etapa de máximo acercamiento al Kremlin, entonces ¿cómo pretender que los jóvenes de hoy, saturados por el discurso que le conviene en este momento al castrismo, reconozcan a alguien identificado con la sovietización, y además olvidado por la propaganda gubernamental?
Durante el esplendor de Carlos Rafael Rodríguez en el panorama político cubano vio la luz el libro Letra con filo. El título, en tres tomos, compilaba casi toda su obra periodística y ensayística. Contempladas a través del prisma implacable del tiempo, esas letras exhiben un filo sumamente mellado. Una mella mucho más destructiva que la que el Che Guevara augurara para los mecanismos del mercado.