LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Una vez más los gobernantes cubanos volvieron a decepcionar a los que guardan esperanzas sobre la voluntad de modernización, desde arriba, anunciada por ellos.
En el último periodo de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular (diciembre 2011), electores y observadores foráneos vimos cómo se posponían nuevamente las tan esperadas y necesarias reformas migratorias que reivindiquen la libertad de movimiento de los ciudadanos cubanos.
Hace ya varios años que se rumora, anuncia y especula sobre la eliminación de las leoninas restricciones migratorias, con las que el gobierno cubano ejerce control estricto sobre el destino de sus ciudadanos, amén de obtener altos dividendos financieros a costa de tan delicado asunto.
Cuba es el único país de Occidente, y de seguro uno de los pocos en el planeta, en que los ciudadanos deben solicitar permisos de entrada y salida. Existe la aberración jurídica de “salida definitiva del país”, que oficializa el destierro.
Pero las personas naturales deben presentar “Cartas de invitación” para iniciar los engorrosos trámites de visita temporal al extranjero, la cual se reduce al límite de once meses, después de lo cual el “viajero” pierde su derecho de residencia. Por otra parte, a los menores de diez y ocho años no se les permite viajar temporalmente al exterior, es decir que los jóvenes cubanos no pueden ser turistas sino desterrados.
Para no perder los derechos de residencia, los cubanos deben obtener del gobierno un permiso de residencia en el exterior (PRE), que puede ser retirado cuando las autoridades lo entiendan pertinente.
El gobierno cubano ha convertido a un país de inmigrantes en un país de emigrantes. Hoy se cuentan por cientos de miles los compatriotas que a diario tratan de buscar horizontes y oportunidades en otras latitudes.
Después de agotar las bases productivas y las potencialidades económicas de la nación, el gobierno ha hecho de los trámites migratorios una segura y cómoda fuente de ingresos. Así, cobra altísimas tarifas en divisas por cada gestión o servicio en este campo, dejando sin alternativas a los criollos cada vez más desesperados por escapar temporal o definitivamente de las bondades del dilatado socialismo tropical.
En el entramado de los derechos fundamentales, el de libre movimiento ocupa un lugar primordial en las relaciones sociales modernas. Por esta razón, el anacronismo que constituyen tales restricciones y gravámenes coloca a Cuba en situación deplorable, en cuanto al respeto y promoción de tan elementales garantías cívicas y jurídicas. La eliminación de estas restricciones sería una señal inequívoca de la modernización del país y un paso definitorio en la recuperación y revalorización de las potestades ciudadanas.
No en balde las enormes y generalizadas expectativas que despertó este asunto antes de iniciarse la sesión parlamentaria. Sin embargo, el presidente Raúl Castro, en su discurso de clausura, nos recordó que en agosto pasado ya el gobierno se dedicaba a realizar un estudio profundo sobre el controversial tema, y de paso informó que continuarán estudiándolo cuidadosa y al parecer indefinidamente.
Llama la atención que después de más de medio siglo en el poder, los gobernantes cubanos no acaban de enterarse de que para respetar los derechos ajenos solo hay que respetarlos, cumplirlos y protegerlos como está refrendado en los instrumentos jurídicos internacionalmente reconocidos, de algunos de los cuales Cuba es nominalmente signataria.
Cada vez que la dinastía castrista ha decidido privar de la libertad, de la vida, de su patrimonio o de sus derechos a los ciudadanos, lo ha hecho sin estudiar nada ni consultar con nadie.
Lo que ocurre, a todas luces, es que no se atreven a renunciar al control y el chantaje permanente sobre el destino de los cubanos. Y mucho menos a los beneficios monetarios que generan la expoliación de la creciente ansia de escape de los desesperanzados hijos de esta Isla.
Entonces la pregunta es: ¿cuánto tiempo más tendremos que esperar a que se sacie la vocación académica de esta dinastía, que estudia los asuntos según le sea conveniente, y que es siempre incapaz de demostrar la sensibilidad humanista y la valentía política que caracteriza al buen gobierno?.