LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Dos personas con secuelas de la guerra se encontraron el pasado martes en el consultorio 61-2, de Jaimanitas, para solicitar al médico las recetas que necesitaban. Una de ellas, un hombre, padecía de insomnio y necesitaba nitrazepán. La otra, una mujer, sufría de pesadillas que sólo calmaban la amitriptilina.
Se veían impacientes, y casi se desmayan cuando la enfermera anunció que se estaban acabando las recetas y delante de ellos había cinco personas. Asomados por la ventana le hicieron señas a la doctora para que supiera que estaban allí. Con un gesto la doctora los tranquilizó, y de las tres recetas que quedaban guardó dos en el archivo.
Fueron atendidos una hora después. La mujer salió feliz de la consulta con su receta en la mano, como si fuera un pasaporte al paraíso. El hombre también sintió alivio cuando tuvo la receta en el bolsillo.
Se encontraron al rato en la farmacia. El hombre estaba delante en la cola, y la mujer le pidió que le permitiera comprar primero, pero él se negó, alegando que lo de él también era una simple receta, y le explicó que desde su regreso de la guerra en Angola no había podido dormir más. El sobresalto y los recuerdos de las bombas; el peligro a la hora de evadir las minas que explotaban en los caminos, lo mantenían despierto toda la noche, y solo el nitrazepán los vencía.
Sin embargo, la mujer lo convenció de cederle el turno cuando le contó sus pesadillas, fruto de la guerra en Irak, cuando cumplía misión en ese país como enfermera. Le dijo que detrás del hospital había un cementerio y todos los días llegaban camiones repletos de jóvenes fusilados por desertar.
Sus pesadillas eran recurrentes: soñaba con camiones cargados de muertos, acomodados como cigarrillos dentro de la cajetilla, y Sadam, en lo alto, como un pastor que conduce al rebaño. De pronto, Sadam le hacía un gesto y la convidaba a subir al camión de los muertos. Sus gritos, en medio de la pesadilla, despertaban a los vecinos más cercanos.