LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Fidel Castro escribió en una de sus Reflexiones, que la suerte de Mubarak estaba echada. Por suerte, esta vez la lógica apeló a él y no se llevó otro chasco, como cuando predijo una tercera guerra mundial y el regreso a Cuba de los cinco espías presos en Estados Unidos para la Navidad de 2010. Entonces, tal certeza echaría a rodar otras “suertes”, porque Yemen, Jordania y otros pueblos unidos entre sí por la religión y la cultura, pondrían a sus dictadores en remojo.
El martes 15 de febrero, ante periodistas e intelectuales de izquierda, el propio Fidel Castro llamaba a combatir el hambre, salvar a la especie humana de la depredación neoliberal y todo ese paquete de sentencias ecologistas que ya conocemos.
Más allá de acomodarse en las butacas y bostezar con la machacadera sobre los conflictos norafricanos, el hambre extramuros y el Amazonas en peligro por la deforestación, ninguno de los intelectuales invitados tuvo tiempo para ver llorar a un niño cubano en la Feria del Libro porque el padre no pudo pagar diez pesos convertibles por un libro ilustrado de Toy Story, precio equivalente a la mitad del salario mensual que recibe un trabajador.
¿Qué pasará cuando lleguen las tormentas de nieve a La Habana y el tren santiaguero ruede a más de 350 kilómetros por hora? Para entonces no quiero imaginarme cuánto costará una edición actualizada del libro Fidel y la Religión, en la feria habanera del libro, o el arroz vietnamita en el mercado de 17 y K; claro, esto es si prevemos que la suerte del comandante aún no esté echada.
Pero no es necesario adelantarse a los acontecimientos, mucho menos ahora que los intelectuales de izquierda y Fidel Castro, averiguan si es mejor transfundir a Barack Obama con sangre “real o simbólica” ¡Y todo por el absurdo argumento de que sabía del asesinato de los científicos iraníes!
Poco o nada les preocupa a esos intelectuales la realidad de Cuba, y el costo social y político que causará el posible regreso a la economía de mercado ¿Quién informa a los invitados a la fiesta del libro sobre la falta de libertades que sufre el pueblo cubano, las carreras de cada familia para llenar un tanque de agua cada cuatro días, el malestar general por el aumento del precio en los alimentos o el deterioro del transporte urbano? Nada de esto tiene que ver con el “bloqueo norteamericano”.
Aunque la suerte de Fidel Castro no esté echada, y si así fuese poco importa, decididamente lo tienen echado en un rincón. ¿Dónde? En el delirio de confrontar sus preguntas y respuestas globales sobre WikiLeaks, el hambre o la hipotética guerra con palos y piedras después del invierno nuclear.
De hecho, para predecir el clima que viene, ¿hace falta calcular el gasto de combustible de un auto americano por las autopistas de acceso al Pentágono? No es difícil relatar la trágica historia de Cuba y el mundo ante intelectuales maquillados por el absolutismo y la devoción infinita a Fidel; tampoco adelantar las manecillas del reloj y obviar que en Cuba el discurso y sus oradores zozobran ante el inmovilismo.
¿Por qué se juega a revisar el socialismo en Cuba después de cinco décadas de revolución? ¿Por qué, después que Fidel Castro delegó en su hermano el poder, se agudizan los cambios administrativos y políticos en todos los niveles?
Este encuentro de Fidel Castro con los intelectuales no será el último. La puerta quedó abierta para la próxima Feria Internacional del Libro. Es preciso andar con los pies sobre la tierra y no sobre colchones de nieve. Entonces habremos juntado más suertes echadas, y habrá más libros infantiles por comprar.