LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -El hospital Freyre de Andrade, conocido popularmente como Emergencias, está situado en avenida Carlos III, muy cerca de la calle Infanta, en Centro Habana. Es una construcción de principio del siglo XX, deteriorada por la falta de mantenimiento, con una parada de ómnibus en su entrada, donde paran varias rutas y que siempre está llena.
A las tres de la tarde comienza la hora pico del transporte, cuando salen cientos de trabajadores de sus centros laborales y los ómnibus no dan abasto, no se detienen en las paradas y demoran una eternidad. Los vendedores ambulantes aprovechan para vender maní, caramelos, pasteles y empanadas entre la multitud. En esa parada pernocta un revendedor de periódicos, se sienta todos los días en el mismo banco, y atiza a las personas desesperadas que se impacientan a la espera de los ómnibus.
Tiene una táctica infalible para sacar de sus casillas a la gente y ponerlas a hablar mal del gobierno. Hace unos lo escuché decir: -Cuando estábamos con el campo socialista nos iba mejor. Recuerdo que la libra de carne de puerco valía cuatro pesos y el jamón seis. La gente odiaba a la macarela, al chicharro que daban por la libreta y también a la merluza. Y le tenían tirria a la carne rusa. Ahora comen hasta hocico de Dios sabe qué, vuelto picadillo.
Después se puso a criticar a los borrachos: -Se beben una botella de ron y caen muertos en la acera hasta el otro día, porque no se echan en la barriga ni un pedazo de pan, para que por lo menos el migajón absorba el alcohol y no los mate.
Era cierto. Cerca de la parada había dos volcados bocarriba en la acera y se veía un tercero un poco más lejos, quemándose bajo el sol de las tres de la tarde.
El revendedor de periódicos volvió a su táctica de recordar el pasado comparándolo con el presente. Dijo: -Ahora un pulóver cuesta treinta cuc, que son setecientos pesos, mucho más que el salario de un mes. Y un par de zapatos cincuenta cuc, que son mil doscientos pesos. Y a veces se rajan o se abren a la semana.
Repitió en voz alta: –¡Cincuenta cuc por un par de zapatos! ¡Como si fueran Amadeo!
Hacía más de dos horas que no pasaba una guagua, en cambio se veían ómnibus vacíos cruzar por la avenida y había por lo menos tres parqueados en aquella calle, sin uso aparente. El revendedor de periódicos preguntó si no había algún valiente que se atreviera a coger uno por su cuenta y llevárselo lleno, para aliviar la parada, pero la multitud se sobrecogió, como si el solo hecho de escucharlo fuera ya un delito. El revendedor sonrió. Dijo: –Eso es lo que pasa, tienen miedo hasta de oír.
Era un hombre negro, viejo, con gafas oscuras que ocultaban sus ojos. Tenía en una mano ejemplares del diario Granma y en la otra de Juventud Rebelde. Dijo que ya tenía libertad para hablar porque estaba retirado y no dependía del Estado, vivía del periódico y solo quería que la gente mirara un poco al pasado, cuando se vivía mejor con el campo socialista, o más atrás, cuando en Cuba se desayunaba, se almorzaba, se comía y hasta se merendaba, y el hospital Emergencias estaba en mejor estado.