LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -En un proceso de transición que parece limitarse únicamente a ciertas áreas de la economía, y en forma muy mediocre, es iluso esperar que se produzcan los cambios fundamentales que necesita Cuba.
Los hechos indican que en el aspecto político no se moverá un ápice. El partido comunista continuará siendo la única fuerza que domina todos los espacios de la vida nacional.
Es peligroso confundir los matices “aperturistas”, como los de algunas zonas de manipulada tolerancia intelectual y artística, con el intríngulis de una maquinaria de poder que siempre busca escapar por la tangente en sus períodos críticos.
De igual manera hay que ver la abreviada descentralización económica y laboral, dentro de la cual se permite la realización de algunos negocios particulares. ¿Cómo podría funcionar cabalmente, si el derecho a la propiedad privada permanece bajo los candados de los censores? Esta es solo una interrogante dentro de un universo de contradicciones que revela los propósitos meramente utilitarios del régimen.
Es evidente que el poder, en Cuba, busca ganar tiempo, en vez de fijar los derroteros hacia la superación de una etapa marcada por la crisis material y moral. Y es un hecho comprobado que está dispuesto a las mayores mentiras y crueldades para garantizar la continuidad de una ideología fracasada, sin que nada le detenga, ni siquiera el peligro de la fractura de toda la nación.
Por otro lado, el papel de la Iglesia Católica cubana, en la evolución de los actuales acontecimientos, no logra definirse. Está ceñido a un universo de sombras. ¿Es el cardenal Jaime Ortega un actor político o un mediador?
Si los opositores pacíficos solamente son tenidos en cuenta por el régimen a la hora de reprimirlos, entonces ¿qué sentido tiene una labor de intermediación?
Valga apuntar que en la discriminación a los líderes contestatarios, no hay excepciones. Ni los más moderados tienen cabida en un escenario de intercambio de ideas que parece estar repartido entre el gobierno, la Iglesia y sectores del exilio “respetuoso”, o sea, políticamente manejables.
Salvo algunas gestiones de orden humanitario, la iglesia se ha limitado a reproducir determinados patrones establecidos por el régimen, frente a las fuerzas prodemocráticas, que pugnan por una remodelación a fondo del sistema, siempre desde una perspectiva gradual y sin violencia.
Su indiferencia ante el desamparo de los opositores pacíficos y ante la impunidad sin límites de sus victimarios, obliga a interpretaciones desafortunadas, pues se trata de una institución de la cual se espera solidaridad con aquellas personas que sólo reclaman lo que debería estar garantizado constitucionalmente.
Si es que en verdad quieren salvar su credibilidad, la máximas autoridades del catolicismo en Cuba deben honrar su hasta ahora más imaginaria que real postura mediadora.
Una fuente cercana a la Iglesia me confesó la existencia de desacuerdos, dentro de la institución, con muchas de las posturas asumidas por el cardenal Ortega, desde que comenzó su implicación en un proceso que aun no reúne las suficientes características para ser identificado como de auténticas reformas.
Los excesos represivos continúan contra quienes piden apertura democrática o una amnistía general, o contra quienes deciden ejercer derechos inalienables a contrapelo de las prohibiciones.
Creo que aún es prematuro juzgar, al menos de forma tajante. La iglesia tiene la oportunidad de redimir sus faltas. Siempre que sus principales líderes quieran hacerlo.