LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 – Es probable que el margen de discrecionalidad de la policía política frente a las actividades opositoras se amplíe en los próximos años, siempre y cuando no representen un peligro real de desencadenar reacciones que alteren el orden establecido.
Todo es parte de un juego en que el régimen seguirá contando con la potestad de elegir los blancos que considere necesario batir, de acuerdo a su programa represivo.
Ante este panorama en que la impunidad del poder consigue mantenerse en un nivel lo suficientemente alto para alcanzar el control social, imposible avizorar un cambio en los próximos 2 ó 3 años.
Tampoco el hecho de que continúe la liberación de los prisioneros políticos, es motivo para esperanzarse con un proceso que culmine con la legalización de partidos y organizaciones sin vínculos con la ideología dominante.
Sólo en la imaginación es posible construir la república que le daría un vuelco a la hegemonía del partido comunista. Mientras los referentes de esta fuerza política permanezcan vivos, es difícil pensar en un cambio que remueva las bases de una estructura decadente, pero todavía capaz de soportar el peso de sus incoherencias y desvaríos.
Una mirada desapasionada ofrece una perspectiva pesimista. La estrategia para encontrar la salida del laberinto se desvanece frente a la voluntad del gobierno de conservar sus prerrogativas. Frente a las menguadas condiciones para que ocurra un tránsito hacia la democracia impulsado desde la base, es probable que el movimiento hacia el cambio vaya ganando fuerzas paulatinamente dentro del algunas de las estructuras del poder.
Es cierto que las tímidas reformas económicas programadas por el partido comunista para, según anuncia, actualizar el sistema, tienden a hacer más complejo el escenario. Un discreto avance en la desestatización debería proveer espacios para canalizar las secretas aspiraciones de cambio, tanto de personas vinculadas a instancias del gobierno, como del resto de la población.
Hay que ver cómo evolucionan las cosas. Por el momento el ambiente parece inmune a las esperanzas de un cambio de envergadura, aunque las apariencias pueden ser engañosas.
No sería justo desvalorizar el esfuerzo de cientos de activistas pro democracia, pero hay que admitir la fatal recurrencia de errores, entre los que habría que mencionar el egocentrismo, las rivalidades personales, sin tener en cuenta los daños al prestigio de los contendientes y la falta de un visión estratégica en materia política frente a un adversario con infinidad de recursos a su favor. Los espacios ganados por la oposición serían mayores de no haber existido estos contratiempos.
Se precisa más que nunca de una rectificación y del empeño en recobrar el tiempo perdido en decenas de absurdos forcejeos que han ido a engrosar la lista de éxitos de la policía política.