LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Un coronel retirado que vive enfrente de mi casa tiene un Buick del año 1951. Dicen que quiere a su viejo auto más que a cualquier otra cosa material. Cualquiera lo comprende, porque el vetusto armatoste es su medio de vida. Cada mañana, se levanta muy temprano a botear, que en Cuba significa ser taxista particular; algo que hacen muchos de los pocos cubanos que tienen auto, para resolver el diario problema de la comida.
En ocasiones veo al coronel todo embarrado de grasa con cara de pocos amigos y en compañía del yerno, tratando entre ambos de arreglar alguna nueva rotura del Buick. Ese día seguramente será negro para él. Sobre todo si la esposa le avisa que se acabó el aceite de cocinar, los nietos le piden un peso convertible para una pizza y un refresco, porque la merienda escolar está muy mala, o la hija divorciada quiere ir a la peluquería, porque ya se le ven las canas.
Cuando se encuentra en esa situación, si alguien conocido le pasa por el lado, el malhumorado coronel ni siquiera le sonríe. Hace un rápido gesto con la mano y le aclara que tiene el cacharro roto.
En ocasiones se pasa días así, como un loco que no sabe qué hacer, hasta que por fin, después de grandes esfuerzos, se le oye arrancar el Buick estrepitosamente y perderse por la calle 17 de Santa Fe, rumbo al Paradero de Playa, con cinco pasajeros que recogió por el camino y que le proporcionan -entre todos- cincuenta pesos nacionales, equivalentes a dos dólares americanos.
Eso recibe el coronel por cada trayecto de tres a cuatro kilómetros, que hace una y otra vez, hasta que cae la tarde. Un amigo que botea me dice que un botero puede buscarse aproximadamente quince pesos convertibles diarios, o sea, 360 pesos; lo mismo que recibe un coronel como jubilación mensual.
La historia del coronel como botero no es tan remota. Fue en el 2002 que cambió su Lada del 90 por un Buick del 51, adaptado con motor de petróleo, dando por encima tres mil pesos cubanos, ya que el motor del auto soviético era de gasolina, por lo que era menos rentable para botear.
Desde entonces trabaja duro como cuentapropista para que en su casa no falte lo esencial y, pese a su edad y una isquemia que padeció, se mantiene fuerte en sus setenta y pico.
No parece tener complejos por haber descendido de coronel con tres estrellas a botero de la tercera edad, sin estrella alguna. Seguramente porque sabe que en la Cuba de Fidel, que el ayudó a construir, cualquiera tiene que botear para comer, lo mismo un médico especialista, que un joven físico nuclear. ¿Por qué entonces no habría de hacerlo un viejo coronel retirado?
Quizás el viejo coronel, como muchos cubanos de su generación, recuerde el famoso eslogan de la Buick en la Cuba republicana: “Usted también puede tener un Buick”. El anuncio apelaba a los consumidores, sugiriendoles que el aparentemente inalcanzable sueño de muchos de poseer el bello auto americano estaba en realidad a su alcance.
Finalmente, mi vecino el coronel retirado –después de tantos años de servicio a la revolución- también ha logrado alcanzar el sueño de tener un Buick…viejo, destartalado y para botear. Ese es el premio que le ha dado la revolución.