LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Otro tipo de trabajador por cuenta propia actúa en La Habana, sin licencia pero con total impunidad. Son los nuevos conductores de los ómnibus del servicio urbano, que no visten uniforme de la empresa de transporte, pero cobran a los pasajeros que suben por las puertas dos y tres, siempre en combinación con el chofer.
Es una práctica al parecer generalizada en el sector del transporte de la capital. Y según alegan algunos que entrevisté, su función es “educar a la población en la obligatoriedad del pago del pasaje”.
Al principio, cuando el gobierno eliminó los conductores encargados de cobrar el pasaje en los ómnibus, la gente en Cuba tenía educación y cultura, y abonaban disciplinadamente los cincos centavos en las rústicas alcancías colocadas en la puerta delantera de los ómnibus. Todo marchaba más o menos bien en ese tan necesario servicio a la población. Pero ya en los años ochenta, cuando se incrementó el pasaje a cuarenta centavos, muchos ciudadanos comenzaron a esquivar el pago.
Cuando los choferes de los ómnibus vaciaban las alcancías al llegar a los paraderos, para contabilizar la recaudación del día, encontraban toda clase de artilugios de metal que semejaran monedas.
El Movimiento de Innovadores y Racionalizadores, más las Brigadas Juveniles de Trabajo, idearon las más sofisticadas alcancías selectivas para los ómnibus Girón e Ikarus. El nuevo invento rechazaba todo lo que no fuera monedas de veinte centavos. Pero al sofisticarse las alcancías, las imitaciones se hicieron más sofisticadas.
También más personas comenzaron a montar por las puertas de atrás, para no pagar, casi siempre después de haber corrido una buena cantidad de metros para alcanzar el ómnibus, que debido al molote de personas en las colas de las paradas, paraba fuera de lugar, o no paraba. También los pasajeros temían que el ómnibus se rompiera a mitad de camino, algo muy común en esos días, o que se quedara sin combustible, porque tampoco los pasajeros recibían trasbordo.
Aunque nunca había funcionado debidamente, el transporte urbano llegó a su crisis más aguda en el año 1993. En aquel año, el parque automotor del país se redujo a la mitad, los inventarios en los almacenes de piezas de repuesto cayeron a cero, y el petróleo se convirtió en un asunto de vida o muerte para el Estado.
Un hecho que tal vez pudiera tomarse como muestra de la gravedad de la crisis que se vivía tuvo lugar en octubre de 1993, en el parque de la Fraternidad, en la cola de la 222, una ruta muy utilizada por la ciudadanía.
Hacía varias horas que no pasaba un ómnibus, la cola era inmensa y cuando al fin apareció una 222, la gente se abalanzó sobre ella y la tomó por asalto. Subieron personas hasta por las ventanillas. El chofer, al ver aquel caos, se sentó tranquilamente en un banco del parque a fumarse un cigarro y dijo que hasta que no se bajara todo el mundo y subieran otra vez, ordenadamente, pagando el pasaje, no movería el ómnibus. Entonces un individuo del gentío se sentó en el timón, arrancó y se llevó la 222 llena, antes los ojos atónitos del chofer.
Sin embargo, hace unos tres años, con el respiro proporcionado por el petróleo venezolano, la compa de ómnibus chinos y otros malabares estatales, el transporte mejoró y casi logró estabilizarse. El cobrador de ómnibus apareció para realizar un impecable trabajo, cobrando hasta el último centavo de los pasajeros. Pero el gobierno estimó que los cobradores se estaban quedando con mucho dinero de la recaudación.
Así que los cobradores fueron remplazados otra vez por las alcancías, que ahora suenan muy poco, ya que las monedas de veinte centavos se han perdido, y el chofer cobra un peso a los pasajeros, directamente en la mano, sin jamás dar vuelto, por lo que en la práctica el precio del pasaje del ómnibus urbano ha subido a un peso, por decisión de los choferes.
Muchos ciudadanos han regresado a la costumbre de montar por la puerta de atrás para evitar el pago del pasaje. Y como respuesta es que aparece hoy el “cobrador por cuenta propia”. Generalmente estos cobradores son individuos que trabajaban en el sector del transporte y han quedado desempleados, debido a la política de recorte de plantillas en la “actualización del modelo socialista”.
Los nuevos cobradores trabajan en combinación con el chofer del ómnibus y se reparten las ganancias entre los dos. Una parte del dinero va directamente a sus bolsillos y la otra va al chofer, que deposita algo en la alcancía y guarda lo otro para sí. Pero, su misión, según dicen ellos, es “educar a la gente a pagar el transporte urbano”.