LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Las posibilidades de morir cubierto de polvo, ensartado por una cabilla o tras el sorpresivo impacto de un par de bloques de hormigón, es algo predecible en una ciudad a expensas de la furia del tiempo y el descuido.
En La Habana, hay cientos de lugares donde se proyectan esos asaltos a la luz del día, o bajo las penumbras de la noche. A veces, hasta los segundos para exhalar un grito de auxilio se pierden en el fragor de una acción fulminante. Los escombros de los edificios actúan como armas letales, depredadores frente a su presa.
En las últimas semanas se contabilizan, en la capital, alrededor de seis muertes por tales causas. Estas personas sucumbieron al desintegrase el inmueble en que vivían.
La ausencia de alternativas para remediar la crítica situación habitacional, abre el camino para que el luto acompañe, cada año, a decenas de familias.
Miles de personas en Cuba, sobre todo en La Habana, se resignan a abandonar sus maltrechas viviendas para ir hacia albergues, que tampoco reúnen las condiciones idóneas para garantizar una vida mínimamente digna.
Una notable cifra de albergados aguardan por la adjudicación de una casa, desde hace más de 20 años, sin que se avizore una solución a sus problemas.
Por eso prefieren permanecer dentro de construcciones que funcionan como una ruleta rusa. En el momento menos pensado, ocurre la catástrofe.
“¿Para qué me voy a ir de aquí? En un albergue es igual, o peor. Para morirse solo hay que estar vivo, me dijo Félix, sin inmutarse. Es un tornero que vive con su mujer, sus padres y su suegra en uno de los apartamentos de un edificio en ruinas, ubicado en la calle Industria, del municipio Centro Habana. El inmueble fue declarado inhabitable hace más de dos décadas.
La gravedad del asunto se inserta dentro de un proceso involutivo y generalizado, que tiene sus causas en la quiebra de un modelo político por medio del cual se codificó la veneración a un solo partido y la creencia de que el centralismo haría desaparecer la pobreza en todas sus aristas.
Hoy, el déficit de viviendas supera el millón, y las familias que viven en peligro de quedar sepultadas bajo un alud de piedras húmedas y hierros torcidos, alcanzan cifras de cinco dígitos.
Para comprobar las dimensiones del desastre, basta hacer un breve recorrido por cualquiera de los municipios capitalinos, excepto zonas como Miramar, ubicada en el municipio Playa, donde se encuentran las mansiones de muchos de los integrantes de la nomenclatura, más embajadas y residencias del personal diplomático acreditado en Cuba.
Fuera de esos contornos, la sombra de la muerte se percibe con una aterradora nitidez.
Los riesgos no son exclusivos de quienes habitan en esos tugurios. Cualquier transeúnte podría ser contado entre las bajas, si la mala suerte le acompaña uno de esos días de súbitos derrumbes, que parecen los días más tranquilos del mundo.