LA HABANA, Cuba.- Viste ropa blanca, accesorios en azul y mucho maquillaje en el rostro. También un pañuelo en la cabeza, adornado con flores rojas. Según me ha dicho, usa los colores de la bandera cubana. Es una anciana negra y su trabajo es pasear por las calles con un coche para bebés donde lleva una gata disfrazada como si fuese un niño de meses.
La escena parece demencial, sin embargo, es una actuación que le vale unos cuantos dólares al día porque a los turistas les llama la atención tal esperpento.
Ese absurdo es uno de los tantos “productos genuinos” que ellos esperan de esa “auténtica Cuba” que imaginaron cuando adquirieron el boleto a La Habana, una ciudad de moda pero no por su esplendor sino por su decadencia fotográfica.
Al igual que la anciana, otros cubanos han encontrado el “oficio-disfraz” que más les funciona en una ciudad donde todos han sido transformados, de una forma u otra, en “productos” para el turismo.
Abundan los mendigos que, boina desvencijada y uniforme verdeolivo, desarrapados, posan para quienes han llegado a nuestro parque temático en busca de esos Mickey Mouse del socialismo.
Al mediodía y al final de la tarde, se los puede ver desfilar hacia un parquecito cercano a la calle Monte donde se les ofrece comida gratis, tal vez como parte de un proyecto comunitario mucho más parecido a una estrategia de reproducción de esas especies humanas que ya son parte de una “fauna autóctona” compuesta por almendrones contaminantes, edificios en ruinas, ausencia de Internet, sexo bueno, bonito y barato, propaganda comunista y mucha paranoia asociada a los años de encierro.
“Viene fin de año y hay que luchar”, es lo que responde un fotógrafo de esos que se instalan en el Parque Central con sus cámaras de principios del siglo XX. A los turistas les gusta retratarse con tales artefactos para después relatar en sus países las graciosas experiencias en el Medioevo caribeño.
“Es temporada alta y es temporada de caza”, dice ese mismo fotógrafo cuando le hago algunas preguntas. Su respuesta no tiene nada de particular, es muy parecida a la de cualquier cubano que en ese instante atraviesa o se detiene en el parque.
El lugar es un hervidero de todos esos “oficios para extranjeros” de los que también forman parte los choferes de autos antiguos vestidos como cowboys, los caleseros, los vendedores de tabaco y de estampillas del Che y Fidel y, sobre todo, los jineteros y jineteras, a los cuales nuestra economía debe una parte de sus mejores momentos y nuestros descendientes, en el futuro, la construcción de un monumento en homenaje.
La imagen que ofrece el conjunto parece resultar efectiva. Los turistas se recrean con tanta cosa rara y pocos intuyen la amenaza de ver transformados la miseria, el servilismo, la falta de progreso y el estar fuera del mundo en una marca de identidad o en un “valor agregado” a ese paraíso tropical de sol y playa.
Si alguien desde el poder alcanzara a ver en nuestra miseria un filón de oro, ¿pensaría en renunciar a la construcción de una sociedad justa para el 2030?
“No sé. Tengo tantos problemas en la cabeza que no puedo ponerme a pensar en esas cosas”, me responde una jinetera del Parque Central cuando le pregunto cómo se imagina que será el país en unos quince años.
Hice la pregunta a varias personas, tratando de explorar si la amplia distribución de aquel tabloide impreso por los talleres gráficos del periódico Granma, titulado “Proyecto de Desarrollo para el 2030”, había obrado algún cambio en los planes de futuro de los cubanos, o si, al menos, había añadido nuevas opciones a aquellas únicas de emigrar o “pescar” a un extranjero, salir de misión médica o saquear una empresa estatal.
Según el discurso oficial, se supone que para esas fechas ya estemos a las puertas de la sociedad socialista próspera que tanto ha sido anunciada y prometida durante más de medio siglo. Una especie de Edén en el que todos los males sociales habrían sido resueltos.
Es decir, no aquellos males sociales “heredados” del capitalismo, puesto que según el propio discurso oficial, esos habrían sido erradicados por las “ofensivas revolucionarias” de los años 60 y 70, o en el “proceso de rectificación de errores” de los 80, sino de esos otros trastornos, dicen que provisionales y provenientes del capitalismo, pero esta vez reintroducidos “estratégicamente”, por una coyuntura económica donde se han vuelto un “mal necesario”.
El llamado “reordenamiento económico”, enfocado en la construcción del socialismo sobre la base de estrategias capitalistas donde no se excluyen el anhelo de pactos futuros con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el actual beneficio de programas en asociación con la Unión Europea y con naciones como Arabia Saudita, cuyo desarrollo ha sido cuestionado sobre todo desde la esfera de los derechos humanos, ha traído consigo una magnificación de todos aquellos signos que en los programas educacionales “revolucionarios”, impartidos en nuestras escuelas y universidades, eran identificativos del capitalismo más despiadado: clases sociales definidas por el capital, pobreza extrema, enajenación del individuo más un largo etcétera integrado por lo peor de la creación humana.
Según lo que se intuye de los planes trazados, la estrategia económica cubana en implementación es un verdadero amasijo de contrasentidos muy similar a la imagen de la anciana que pasea un gato por el Parque Central.
Solo se cuenta con tres lustros para reintroducir el capitalismo a toda máquina y luego aniquilarlo y, sobre sus beneficios económicos, fundar esa sociedad tan largamente frustrada por el mismo orden económico mundial que le debiera dar vida, esta vez después de tantos años de “prueba y error”.
El nuevo manual de instrucciones para echar a andar la vieja máquina llamada “socialismo”, que le compramos a los soviéticos en los años 60 pensando que era “tecnología política de punta”, no dice en ninguno de sus apartados cómo el gobierno cubano convencerá a los “cuadros de dirección del Partido Comunista”, hoy en vías de ser transformados en “empresarios capitalistas despiadados”, de retornar a una sociedad supuestamente fundada en la justicia social, la igualdad ciudadana, y el capital en función de lo mejor del ser humano.
La fiebre de inversiones, la apertura al capital foráneo, los retozos con el glamour de actuar en los grandes escenarios financieros del mundo habrán entusiasmado tanto a nuestros cuadros-empresarios que costará convencerlos del fin de la función cuando hayan pasado quince años.
¿Cuál será la respuesta de los nuevos magnates “socialistas” cuando se les pida renunciar a sus cuentas en paraísos fiscales, a las vacaciones en Europa, a los cruceros por el Mediterráneo, a la posibilidad de verse sentados alguna vez en la primera silla del Poder? ¿Renunciarán, de igual modo, a esa imagen de miseria y obsolescencia sociopolítica que tanto turista arroja a nuestras playas cada año?
Hoy pocos en el Parque Central o en algún otro lugar de la isla, con tantos problemas cotidianos en la cabeza, pueden arriesgar una respuesta que no sea esta que les resuelve el aquí y el ahora: “Es temporada alta y es temporada de caza”.