LA HABANA, Cuba. -Magalys perdió el televisor, dos butacas y a su gata Lucrecia. Por fortuna pudo salvar el resto del mobiliario de las inundaciones provocadas por el torrencial aguacero del pasado 29 de abril.
Vive en un garaje devenido en hogar, cerca del malecón, en el capitalino municipio Plaza.
“Parecía el fin del mundo. Esos aguaceros son para los cubanos como bombas. Por suerte no tengo la desdicha de vivir en un local en peligro de derrumbe. Compadezco a las familias que cargan con esa desgracia. En la televisión hablaron sobre el desplome de varias casas, pero lo peor está por llegar. Con el retorno de los calores, otras viviendas se vendrán abajo”, expresó.
En la nómina de candidatos a quedar en la intemperie, está Josefa y su parentela.
Hace más de 20 años que el inmueble fue declarado, inhabitable e irreparable, sin embargo se niegan a abandonarlo. La opción es el traslado, por tiempo indefinido, hacia un albergue colectivo, donde impera la insalubridad y el hacinamiento. Cientos de familias aguardan durante años por el otorgamiento de una vivienda sin que este se produzca.
“Todo esto se inundó. Cada vez que llueve lo que cae desde el techo es mucho. Si no fuera por los apuntalamientos hace rato esto se hubiera derrumbado. Rezo por que no caiga otro ‘palo de agua’ como el del jueves”, dice mientras observo las paredes aun abofadas por la humedad y las cabillas sobresaliendo entre el cemento y las piedras de la cubierta del viejo apartamento, localizado en uno de los destartalados edificios de la calle Paula entre Compostela y Damas, en La Habana Vieja.
Si en el mes de mayo se rompe el ciclo de sequía que azota el país desde hace varios años, a raíz de los cambios climáticos ocurridos a nivel planetario, se crearía una situación catastrófica.
El mes actual ha sido tradicionalmente uno de los más lluviosos.
En los próximos días se escucharán noticias y comentarios sobre otras edificaciones convertidas en escombros.
Los 44 derrumbes y los dos fallecidos, uno de ellos por inmersión y otro electrocutado, es solo el comienzo.
Cuando su majestad el sol salga a imponer temperaturas por encima de los 36 grados Celsius, en un verano que se anuncia más implacable que los anteriores, entonces vendrá para muchos cubanos el fin de la vida y para otros el estreno de un calvario mayor, con la pérdida de sus moradas.
Miles de viviendas en la capital no han colapsado por puro milagro. Basta un aguacero torrencial o un par de chubascos como avanzadilla. El Astro Rey se encargará de darle el toque final.
Lo único que les queda a los candidatos a padecer esas tragedias es rezar por que las nubes no se oscurezcan demasiado.
“Le pido a todos los santos que no llueva tanto. Ojalá me escuchen por el bien de mis hijos y mi madre de 80 años”, señala Josefa frente a los ídolos y el altar de la religión yoruba situados en una esquina de la casa.