LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Miguel Barnet siempre comprendió que la mejor manera de no buscarse problemas con el poder, era que su obra literaria apenas rozara la epidermis de la revolución.
Sus dos primeros libros, Biografía de un cimarrón y Canción de Rachel, al tratar sobre un negro esclavo y una vedette de los primeros años de la República, se encuentran muy alejado del contexto revolucionario. Su trilogía testimonial se completa con Gallego, una trama en la que el protagonista cuenta las peripecias de su arribo a Cuba procedente de Galicia, y su posterior adaptación a la vida caribeña. Aquí Barnet traspasa el año 1959, y llega hasta las confiscaciones revolucionarias de los negocios privados, uno de los cuales resultó ser el del propio gallego-cubano. Y ahí la novela termina. Claro que el autor pudo haber avanzado más en el tiempo al desarrollar la trama, pues la obra fue escrita en los años ochenta. Sin embargo, Barnet optó por dejarlo ahí y no tomar el toro por los cuernos.
Su siguiente libro, La vida real, de 1986, narra la existencia de un cubano que emigra a Estados Unidos en la década de 1940, y decide visitar la isla después de 1959. Cuando los lectores esperan, lo que podría haber sido lo mejor de la novela, la impresión que le causa la nueva Cuba al emigrante, Barnet los deja con las ganas, pues concluye ahí mismo el relato.
Por último, Oficio de ángel, con evidentes tintes autobiográficos, rescata la infancia y adolescencia de un joven de familia acomodada, que asume positivamente el triunfo castrista. La novela refleja los sucesos de Playa Girón y la Crisis de octubre. Pero nuevamente el “prudente” Barnet se detiene en el tiempo, sin tocar un período muy rico y contradictorio de nuestra historia reciente.
Cuando parecía que Barnet había concluido su obra como narrador para concentrarse en sus tareas políticas, se nos aparece con Fátima o el Parque de la Fraternidad, un relato que envió en 2006 al bien remunerado concurso de cuentos Juan Rulfo, de Radio Francia Internacional. Fue sólo cuando ya era común en la literatura cubana abordar temas como la prostitución y el homosexualismo, que Barnet decide contar la historia de un travesti que todas las noches sale a prostituirse con extranjeros. Claro, el travesti de su cuento se declara amigo de la revolución, y dice que con su actitud no daña la sociedad. Finalmente, el presidente de la UNEAC se alzó con el premio mayor del certamen.
Y como apropiado colofón y premio extraordinario a semejante vida, Barnet ya tiene quizás el galardón que más ha ambicionado, y el más merecido: uno de los 115 asientos del exclusivo Comité Central del Partido Comunista de Cuba.