LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – La filosofía del remiendo es propia de las dictaduras que duran demasiado tiempo. En Cuba es, además, fuente primaria de toda política. Disponer de muy largos años para el ejercicio del poder dictatorial, debió servirles a los caciques para corregir el tiro cuando se equivocan. Pero apenas les ha servido para reincidir, aferrados como viven al empeño de dar validez a sus equivocaciones. Por eso son remendones.
Remendando el remiendo que antes remendaron mal les ha pasado por arriba medio siglo. Y mientras más se acumulan los remiendos, peor remendados les quedan.
Sea en el sistema de educación o en el carcelario. En la producción industrial y agrícola o en la de burócratas. En la red comercial o en la de cloacas. En la esfera económica o en la estratosfera ideológica. Siempre aplican el mismo remiendo chapucero. Sea con los baches en las calles de La Habana o con la ausencia de mujeres y negros en las altas esferas del régimen. Donde haya un hueco, va el remiendo, con el que en vez de taparlo, logran que sea más notable.
Últimamente se han encaprichado en remendar tres huecos en los que escarbaron tanto, durante tantos años y con tal impunidad, que deben haber atravesado todas las cortezas (morales, espirituales, culturales). Son los pozos secos que abrieron en nuestros conceptos ante la familia, la ecología y la guerra.
Alentadores y propagadores de la violencia en Latinoamérica y en medio mundo, al punto en que aún hoy no pueden ocultar sus simpatías hacia las FARC de Colombia, hacia Gaddafi, o incluso hacia bin Laden, resulta que de pronto se venden como pacifistas, con el apocalíptico en jefe organizando el tinglado.
Si no existieran tantas otras razones (por suerte conocidas), el hecho de que hayan exterminado casi todas las frutas criollas de nuestro suelo y que las borrasen del conocimiento de varias generaciones de cubanos, alcanza y sobra para que la historia no los absuelva, mucho menos para que los reivindique como ecologistas.
En cuanto al pozo seco que abrieron en el seno de nuestra integridad y tradición familiares, estarían de más los ejemplos. Porque es muy difícil hallar a un solo cubano que no sufriera esa tragedia. Tanto como difícil resulta remediar el daño.
Entre el desmembramiento de los hogares por exilios políticos, o por emigraciones económicas originadas en la política; y la cimentación del desacuerdo, la desconfianza, el odio, moldeada por la dictadura como estrategia para hacerse fuerte dividiéndonos, yace un abismo invadeable, que tal vez constituya su herencia más duradera, o al menos durará más que la propia dictadura.
Por eso uno no sabe si reír o llorar cuando ve a los papagayos de la televisión convocar a la gente para que vaya, unida en familia, a las concentraciones en la Plaza.
Qué va, no hay remiendo que los enmiende. Remendones llegaron y remendones se van.
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