LA HABANA, Cuba. -Mientras La Habana celebra la Navidad y el acercamiento entre Cuba y EEUU, hay una parte excluida de la población que sufre de abandono y subsiste casi por milagro. Carlos Chacón San Martín es uno de estos casos. El anciano de 79 años reside en un antiguo convento devenido ciudadela. La edificación en ruinas y con peligro de derrumbe, está ubicada en la calle Cuarteles No. 7 entre Cuba y Aguiar, en La Habana Vieja.
Por más de 30 años fue camionero en la Empresa Eléctrica y luego chofer de la ruta 27. Accidentalmente su expediente laboral se extravió, quedando sin derecho a su jubilación. En estos momentos, la Seguridad social le asigna una ayuda de 8 dólares mensuales, que apenas alcanzan para pocos días. El cuartucho con dos sillas de hierro, un tenderete para colgar sus ropas, un radio desvencijado, y un camastro polvoriento con un colchón desgarrado, es todo lo que posee. No tiene baño ni refrigerador. Dos huecos donde antes existieron dos puertas, dejan pasar las corrientes de aire.
A pesar de haber sufrido quemaduras en un accidente, y también una puñalada, es una persona activa. Debido a su edad, presenta una avanzada cataratas con glaucoma en su ojo izquierdo, y una herida no cuidada le provocó una úlcera crónica en una de sus piernas. Sin embargo, camina todos los días con su andador hasta la vuelta de la esquina y allí se sienta en una silla a conversar con la gente.
“Nací el 2 de noviembre, día de los muertos, vivo aquí en Cuarteles desde los 9 años. Siempre estoy conversando con la gente del barrio, o voy al parque a coger sol, en el cuartico me aburro y en la calle me siento mejor. El hijo que estaba pendiente de mí se murió hace varios años, y el me queda viene poco. Mis nietos y biznietos tampoco aparecen. A nadie le interesa un viejo. A veces alguien que pasa me da algún dinero por lástima, pero yo no pido ni soy mendigo”, cuenta Carlos.
Bárbara Naranjo es una vecina que lo cuida: “Por mí tiene la pensión, porque me moví para conseguírsela por la seguridad social. Ellos querían meterlo en un asilo pero él no quiere ir, dice que allí se muere más pronto. Esos lugares están en candela, trabajé por diez años en uno de Santa Fe, y se robaban los jabones, la ropa de cama, todas las donaciones. Aquí donde vivimos, hay peligro, cuando hay muchas lluvias y amenaza de ciclón, nos vamos para un local de la Industria Ligera. Nos quieren mandar para un albergue en Guanabacoa, pero imagínese eso es pasar 20 años, además hay que venir aquí a sacar los mandados de la bodega. Hemos pedido materiales, pero nos dicen que van a demoler todo esto. Le pedí a un amigo que me ayude a reparar su cuartico, y kilo a kilo lo estoy haciendo. Este hombre es como mi padre, yo trabajo en un centro de elaboración de comida y siempre le traigo cosas. También le lavo la ropa y lo llevo al consultorio médico. La enfermera no quiere venir a curarlo por las malas condiciones que hay aquí, y él no puede hacer tantas caminatas con esa pierna enferma. No tiene compasión con el pobre viejo. A veces he tenido que buscar las medicinas para curarlo yo misma. La gente me dice que me he echado tremenda carga arriba, pero si no soy yo, entonces ¿quien se ocupará de él?”
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