LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Dos sucesos extraordinarios y contrapuestos sazonan la historia de Cuba en la segunda mitad del siglo XX. El primero ocurrió entre el 17 y el 19 de abril de 1961 en la bahía de Cochinos, al sur de la isla. El segundo, del 22 de abril al 16 de septiembre entre el norteño puerto de Mariel y Florida. Ambos fueron protagonizados por cubanos, pero tanto la brigada invasora de 1961 como el éxodo masivo de 1980, salpican las relaciones bilaterales de la isla con los Estados Unidos, utilizado como refugio y centro de provisión por nuestros independentistas del siglo XIX, y por los opositores a las dictaduras de Geraldo Machado, Fulgencio Batista y los Castro en el XX.
Se ha escrito muchísimo sobre dichos sucesos al norte y sur de Florida. Cientos de artículos, entrevistas, testimonios, libros, documentales y otros soportes avalan la versión del gobierno comunista, vencedor de la brigada de compatriotas entrenados en el exterior. La versión de los vencidos, asfixiada por el fetichismo revolucionario, apenas se conoce.
La propaganda oficial reitera que Girón –nombre más atractivo que Bahía de Cochinos- fue “la primera derrota del imperialismo en América Latina”, lo cual es una distorsión, pues los expedicionarios cubanos obtuvieron el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, pero no hubo efectivos yanquis en la operación naval. Los combatientes de la Brigada 2506, como los guerrilleros del Escambray, luchaban contra la dictadura aupada tras la jerga revolucionaria.
Los cubanos fuimos menos libres después de Bahía de Cochinos. Un día antes –el 16 de abril de 1961- Fidel Castro declaró el carácter socialista de la revolución. Ya la isla estaba ocupada por miles de soldados rusos, cuyas bases se mantuvieron hasta mediados de los ochenta. El resto de la historia pasa por medio siglo de dictadura, griterías populistas, corrupción y legado de silencio.
El reverso de ese hecho fue el éxodo masivo entre Mariel y Florida, un plebiscito popular contra el autoritarismo. Veinte años de represión, contorsiones retóricas, escasez y desengaños colmaron de hastío a millares de jóvenes que soñaban vivir sin manual de instrucciones.
Tras el ómnibus que forzó las rejas de la Embajada de Perú en La Habana, penetró un aluvión de inconformes. Al retirarle la seguridad a la sede diplomática el gobierno creó el caos y estimuló la llegada de embarcaciones de Norteamérica para recoger a los parientes y otras “escorias”. En menos de cinco meses partieron 125 mil 262 personas hacia Estados Unidos.
Ante tal oleada, el caudillo ordenó compensar la derrota con los mítines de repudio, el lanzamiento de huevos y piedras contra los disidentes, y la introducción de más de tres mil locos y delincuentes en los botes de la esperanza. Tres décadas después, el horror y la difamación contra quienes eligen otro destino sigue siendo una práctica gubernamental.
Acostumbrado a revivir los bordes del pasado, evocar ataques, comercializar los símbolos e involucrar a terceros en el forcejeo nacional, el régimen cubano celebró con otro desfile la victoria de Bahía de Cochinos y el carácter socialista de la revolución; mientras sus estrategas barajan posibles éxodos masivos como el puente marítimo de la primavera de 1980, cuando salvar la distancia entre Mariel y Florida representó la carta de libertad.