LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Hace algunos años supe de un violento enfrentamiento, con motivaciones racistas, que tuvo lugar en una de aquellas escuelas preuniversitarias en el campo, de tan acre memoria para los cubanos. El detonante fue un pulóver con la imagen del Che Guevara, aunque las causas eran, por supuesto, mucho más de fondo.
Después de una acalorada discusión entre alumnos blancos y negros sobre quién era más importante para la historia contemporánea, si el Che o Nelson Mandela, algunos de los educandos negros, al ver colgado en una tendedera el pulóver de un condiscípulo blanco, que tenía estampada la imagen del guerrillero, le agregaron con tinta un letrero que decía: tiro al blanco. Y se dedicaron a lanzarle piedras. Aquello provocó una bronca a puñetazos, con las consecuentes expulsiones del plantel, muy especialmente para los alumnos negros.
En fin, una historia pasada, aunque cada día venga más a colación. Pero lo que tiene de relevante para nuestro tema de ahora es que el debate digamos teórico que la originó, mantiene intacta su vigencia, incluso cobra nuevos relieves por estos días en los que, debido a la quebrantada salud de Nelson Mandela, los medios de información se prodigan en torno a su figura y a su historia.
En síntesis, el planteamiento de los alumnos negros era que a pesar de que el legado de Mandela resulta históricamente mucho más trascendental que el de Guevara, es la imagen de éste la que aparece en los pulóveres, y es el Che el adorado por la progresía internacional, lo cual constituye una prueba de lo esencialmente racista y frívolo que sigue siendo el mundo, y es además la confirmación inequívoca de la falsedad, la levedad y la hipocresía de las izquierdas.
Me dirán que el aspecto físico del Che funciona mejor que el de Mandela para la propaganda. Pero eso no me sirve más que para ratificar lo anterior. Y es un concepto bien discutible, al margen de los mediocres cánones de belleza que suele exhibir la gente, según los cuales, el rostro de un hombre muy parecido a Cantinflas supera en atractivo la serena, inteligente y elegante estampa de otro que, de acuerdo con el argot popular cubano, es “un negro de salir”; o sea, bello.
Pero volviendo a lo esencial, como no podía ser menos, los medios oficiales cubanos se han sumado al desliz que marca esta tendencia internacional a la mediatización en torno a la figura de Mandela. Sólo que aquí no hay frivolidad que valga, sino una mañosa estrategia destinada a destacar únicamente lo que le conviene al régimen que se divulgue sobre la biografía del líder sudafricano.
Para entender a Mandela habría que remitirse a la Biblia
Por más que en estos días no paran de hablar de Mandela, nunca se les escapa ni una palabra sobre su ejemplarizante renuncia al poder. Asimismo, parecen ignorar lo que, junto al sabio aniquilamiento del apartheid, constituye otro de sus más cruciales aportes a la civilización moderna: el modo en que este humano singular logró que los torcidos afrikáners blancos cedieran el poder a los negros, aceptando vivir armónicamente bajo su regiduría; y el método de persuasión casi milagroso que le permitió conseguir que los negros, humillados y ofendidos hasta más allá de todo límite humano, depusieran rencor e impulsos vengativos para vivir en paz junto a sus antiguos torturadores.
Mario Vargas Llosa ha escrito que para entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad y el heroísmo de Mandela, habría que remitirse a la Biblia, con lo cual descarta de un agudo tirón todo posible paralelo con guerrilleros asesinos y con fantoches de la dictadura revolucionaria. También escribió que el sudafricano es el más respetable político vivo de nuestro tiempo. Pero en este último caso su elogio no me parece suficiente, ya que no abundan en nuestro tiempo (tal vez no abundaron nunca) los políticos respetables.
En lo que a nosotros respecta, no mencionemos ya a los presuntos perfeccionadores del socialismo, también los opositores pacíficos cubanos necesitan estudiar las enseñanzas de Mandela, quien tal vez sea el único hombre público de nuestra época que encontró la llave que abre acceso al futuro.
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