LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Mis recuerdos sobre la escuela primaria están indisolublemente vinculados a un hecho que me marcó para siempre.
Un día, al terminar las clases, una maestra nos envió a otro alumno y a mí al almacén de la escuela con el objetivo de entregarle al director los libros que habíamos usado en la clase. Al cumplir la encomienda, desconocía que iba a ser la última vez que usaríamos aquellos libros con carátulas de cartoné y atractivo diseño. Lo supe al día siguiente, cuando, a la hora de salida, vi a varios maestros y maestras lanzando aquéllos y otros libros de lectura hacia la cama de un camión MAZ 500 verde olivo.
Me detuve unos instantes y cuando reanudé mi marcha, vi que debajo de una de las gomas delanteras del vehículo había un ejemplar. Me acerqué y con discreción lo eché en mi vieja maleta de cuero oscuro. Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue sacar de la maleta aquél libro de lectura para alumnos de cuarto grado (yo aún estaba en segundo o tercero, según recuerdo). Durante mucho tiempo, alterné mis juegos y fantasías infantiles con la relectura de maravilloso texto, donde, de forma amena, se narraba un hecho histórico, una hazaña científica, una versión de un cuento clásico o una descripción geográfica. Tampoco olvido las famosas fábulas de La Fontaine y Esopo.
El autor de esos textos era Alfredo M. Aguayo, uno de los más grandes pedagogos cubanos de todos los tiempos. Nacido en Puerto Rico, el 28 de marzo de 1866, desde muy joven se radicó en La Habana, donde se graduó como doctor en leyes y en Pedagogía. Su nombre, junto con el de Rafael María de Mendive, Félix Varela, Antonio Bachiller y Enrique José Varona, conforma la cima pedagógica cubana de todos los tiempos, no sólo por su labor como investigador y reformador del sistema educacional, sino también por su trabajo como maestro y director de escuelas.
Aguayo ocupó diferentes cargos dentro de la sociedad civil cubana de entonces, entre ellos, el de presidente de la Asociación Pedagógica de La Habana, y extendió su quehacer a diversas publicaciones, como Revista de Educación, Universidad de La Habana, El Mundo, Revista Bimestre Cubana, Revista Pedagógica Cubana y otras. También fue un importante investigador de temas pedagógicos y un reformador de la educación en Cuba. Escribió más de veinte obras relacionadas con la problemática educacional, entre las que se destacan La escuela primaria como debe ser, Los valores humanos en la psicología y en la educación, Tratado de psicología pedagógica y Problemas generales de la nueva educación.
A pesar de la profundidad y los méritos indiscutibles de su obra, ya a finales de la década de los años sesenta, Alfredo M. Aguayo había sido borrado del panorama pedagógico cubano. Sus textos fueron retirados de las escuelas, para alimentar las fauces de las empresas recuperadoras de materias primas. Sus tesis pedagógicas comenzaron a ser consideradas políticamente incorrectas en la nueva etapa de sovietización indiscriminada que se impuso a la sociedad cubana.
Hechos como éstos, demostrativos de la desarticulación del pensamiento autóctono, con el objetivo de favorecer referentes culturales exógenos, sin ningún tipo de asidero en la conciencia cultural y social del cubano, son los que hoy nos permiten comprender cómo empezó a deformarse nuestra enseñanza, al entronizarse en ella el adoctrinamiento ideológico en vez del aprendizaje genuino.
La prueba más palpable de este desaguisado está aún presente, pues a los pioneros cubanos se les obliga a decir que por el comunismo serán como el Che, en vez de enseñarles a decir que por la independencia y la libertad para todos los nacionales será como Martí, Maceo u otros de los numerosos patriotas que conforman nuestro amplio martirologio.
Cuando se rompen las tradiciones y la veneración histórica hacia nuestros héroes y mártires, y a ello se une una enseñanza maniquea que prioriza la ideología antes que el propio conocimiento, y esto se acompaña con el quebrantamiento de las bases familiares y los valores, es lógico que ocurran todas las deformaciones que hoy padecemos.
Hoy, 30 de abril, se cumplen 65 años de la muerte de este gran pedagogo cubano. Ojalá que su obra y ejemplo sean rescatados. Ojalá que nuestros niños puedan deleitarse con la lectura de los textos escolares de Alfredo M. Aguayo, o con otros que verdaderamente prioricen la educación sobre la ideología, mientras que los aburridos textos que hoy les imponen sean los remitidos a las empresas recuperadoras de materias primas.
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