LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Sería una de verdad de Perogrullo decir que el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación ha sido una oportunidad de oro para una discreta ampliación del espectro contestatario dentro de Cuba.
Con la proliferación de los blogs y los teléfonos celulares, los puntos de vistas críticos pueden ser enviados en segundos al mundo a través de twitter o simplemente publicarlos en las bitácoras personales sin que hasta ahora el gobierno haya podido impedirlo de manera permanente.
Es cierto que gracias a estas plataformas de difusión, la realidad interna en lo tocante a la represión o algún otro evento de importancia y que no es reflejado por los medios de prensa oficialistas, llega a millones de personas y a decenas de relevantes instituciones cada semana; sin embargo, hay que también destacar las limitaciones para forjarse un criterio objetivo de un asunto que tiende a interpretarse desde una óptica demasiado triunfalista.
¿Cuál podría ser la incidencia dentro de las fronteras nacionales, si la gran mayoría de los cubanos no tiene computadora, ni posibilidades de conectarse a internet?
¿Cuántos cubanos estarían en capacidad de convertirse en twitteros, si cada envío cuesta poco más de un dólar, en un país donde el salario promedio es de alrededor de 20 dólares al mes?
La entrada de los blogueros al asediado entorno de la disidencia es un paso positivo y sin dudas necesario, pero esto es preciso verlo como la culminación de un proceso que abarca más de tres décadas de esfuerzos sostenidos por parte de centenares de activistas pro derechos humanos, opositores políticos, bibliotecarios y periodistas independientes, entre una extensa gama de agrupaciones que han desafiado el poder totalitario a un elevado costo físico y psicológico.
Con estas alusiones no albergo ningún propósito mezquino contra las nuevas generaciones que, recalco, juegan un papel significativo en la lucha pacífica a favor de un Estado de Derecho.
De manera diáfana y sin que medien falsos elogios, hago públicas mis congratulaciones de que se hayan extendido los márgenes de la disidencia con el auge de las actividades relacionadas con el ciberespacio y la telefonía móvil.
Sí quiero llamar la atención respecto a los peligros del sobredimensionamiento. Pienso que la cuestión principal radica en influir en intramuros y esa probabilidad está lejos de concretarse mediante el uso de la red de redes.
No temo equivocarme al afirmar que las entidades políticas y civilistas que realizan su activismo casa por casa y desde hace décadas, cuentan con mejores posibilidades de ganar adeptos, a pesar del acoso y todos los riesgos asociados a su labor.
Para optimizar la eficacia de la contienda política frente a un régimen que apuesta por el atrincheramiento y en aras de ayudar a la cohesión de las fuerzas implicadas en un cambio en toda la extensión de la palabra, sería saludable lograr un balance a la hora de premiar otros sacrificios no menos sobresalientes en la larga lucha contra el castrismo.
Aunque no se viertan de manera pública por razones obvias, corren rumores que podrían ser el germen de lamentables rupturas en un futuro mediato.
Las divisiones pueden sobrevenir de muchas formas y estos desequilibrios pudieran atizar resquemores que retrasarían la imperiosa articulación para enfrentar con mayor éxito al adversario común.
No sería sensato enrarecer el ambiente -de por sí tenso- por múltiples causas. Solo hace falta trabajar por un equilibrio que ponga en perspectiva el valor y la tenacidad de otras personas que han dejado su impronta en un conflicto plagado de exilios, encarcelamientos y muertes.