LA HABANA, Cuba.- En la tarde de ayer muchos vecinos del barrio San Isidro se apostaron en la calle coreando canciones de Los Aldeanos y el tema “Patria y Vida”, que le tiene revuelta la bilis al castrismo. En el medio de la calle Maykel Osorbo, con el torso desnudo y una muñeca esposada, se erigía como símbolo de rebelión, retando al grupo de policías y esbirros de la Seguridad del Estado a que lo arrestaran. Varias personas filmaban el tenso incidente, que se transmitió en vivo por las redes sociales y llegó a tener casi 4 mil viewers conectados simultáneamente.
San Isidro alcanzó un punto de ebullición que de pronto hizo temer algo más grande, masivo, de consecuencias inmanejables a pocos días del VIII Congreso del Partido, donde se supone que algo pase, pero solo será otro “quita y pon” descarado para seguir estirando la pita hasta que los oprimidos hagan una protesta en toda regla. San Isidro se calentó con los arrestos de Luis Manuel Otero y otros activistas este fin de semana; el cerco impuesto a cuatro madres atrincheradas en un local junto a sus hijos por falta de viviendas dignas; la sombra de la negligencia médica rondando a la activista Iris Ruiz, y el nefasto augurio que llega desde la sede de la UNPACU, en Santiago de Cuba, donde un grupo de cubanos lleva 15 días en huelga de hambre bajo el hostigamiento del régimen, que ha respondido a una situación humanitaria con pedradas y mítines de repudio.
San Isidro salió a la calle a cantar himnos de libertad e impedirle el paso a la represión en una fecha tan connotada para la dictadura como el 4 de abril, día de los pioneros y de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), otra organización desvirtuada por la autocracia, responsable de la expulsión de estudiantes y profesores que defienden ideas políticas opuestas a la doctrina socialista.
Allí estaban, en medio de la calle, cantando, mientras las autoridades los observaban desde la esquina; primero en alerta, luego menos preocupados, porque comprendieron que aquella masa no se movería de allí. San Isidro se convirtió en un pequeño baluarte de insurrección espontánea, un calambre, un estremecimiento en el cuerpo social; pero no fue suficiente. La gente se expresó, pero no se movilizó. Faltó el impulso para pasar del amago al hecho. Faltó que el barrio entero echara andar rumbo al Parlamento y se fuera sumando todo el que esté harto; sin miedo a la canalla del repudio, que es menos numerosa y brava de lo que se cree.
Una acción decisiva este 4 de abril hubiera bastado para que la mentira del apoyo masivo al castrismo se desmoronara. Sin embargo, la protesta se transformó en baile y relajamiento de más, porque dicho cuanto había que decir solo quedaba una cosa por hacer, pero no se hizo. Otra vez el estallido popular estuvo a punto… y seguido.
Cuba necesita liderazgo, alguien que catalice y ofrezca un camino a la energía ciudadana que se empecina en fluir a través de la pachanga para evitar el enfrentamiento. El magma social tiene la temperatura al máximo, pero esa primera línea de choque debe definirse ya. La nación está muriendo entre la crisis sanitaria, la debacle económica y el método de desgaste aplicado por el castrismo, que utiliza la emergencia epidemiológica como pretexto para suprimir las libertades civiles y recortar cualquier inversión que no esté destinada a la “batalla contra el Covid-19”, una tragedia global que el gobierno de Díaz-Canel ha manejado a golpe de voluntarismo político y estupidez sin límites, despilfarrando en represión fondos que pudieron haberse empleado en la compra de vacunas para inmunizar al menos a la población más vulnerable.
Mientras el sistema de salud se va a pique, aumenta el número de tiendas que comercializan productos en moneda libremente convertible. Esa realidad paralela y contrapuesta a la pobreza de un barrio como San Isidro, fue lo que inspiró a Luis Manuel Otero a hacer una exposición en su casa para los niños de la comunidad, que no pueden comer golosinas porque sus padres no tienen dólares.
La iniciativa fue respondida con arrestos por parte de la Seguridad del Estado, y calumnias en boca de Humberto López, que fue prolijo, como siempre, en teorías conspirativas; pero rehuyó explicar por qué los cubanos tienen que comprar confituras y artículos de primera necesidad en una moneda extranjera, que no es la misma que reciben como salario.
Cuba conoce bien las respuestas. Sabe de la maldad y codicia desmedidas de un régimen que deja destruir edificios multifamiliares mientras clava una enorme bandera de cemento frente al malecón, para abochornarnos a todos y que el salitre, de paso, la devore. El pueblo cubano está ingobernable y tiene un pie en la calle, pero hace falta más. Ya es hora.
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