GUANTÁNAMO, Cuba. – Al pronunciar el discurso central en el acto político conmemorativo del aniversario 63 por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez nos ofreció más de lo mismo.
Si algo ha caracterizado a las últimas intervenciones del gobernante ha sido sus referencias a artículos de periodistas e intelectuales, algunos irrelevantes, otros insoslayables a pesar de su marcado servilismo, que debilita la posición humanista que debe defender todo intelectual que se respete. Desconozco si esos discursos los escribe él —aunque lo dudo, no porque lo crea incapaz de hacerlo sino por una razón de tiempo— pero haber introducido esa novedad sugiere la idea de que, al menos desde el podio, parece más cercano al pueblo que sus predecesores.
De lo que no se ha desprendido el gobernante es de ese lastre maniqueo, cansino y obsoleto del discurso oficial, consistente en el uso de clichés y medias verdades que se absolutizan para manipular a la opinión pública. Los cubanos llevamos más de seis décadas escuchando lo mismo y —según la letra de una canción interpretada por José José— hasta la belleza cansa.
Díaz-Canel se aparta muy poco de los cauces de un discurso que lo único que ha pedido a los cubanos es más sacrificios, anunciar carencias de todo tipo y sanciones más duras para quienes intenten salirse del redil. Quienes nacimos pocos años antes de 1959 o en los primeros años del castrismo, vimos pasar nuestra niñez, adolescencia y juventud y llegar a la adultez mayor bajo ese discurso. Ya la Parca comienza a hacernos guiños y seguimos en las mismas.
Ese discurso sería más creíble si quienes lo reiteran asumieran posiciones congruentes con sus enunciados. Pero los dirigentes castristas dicen una cosa y hacen otra. En sus discursos critican la moral burguesa pero en la práctica reproducen sus códigos, creando con sus familiares y acólitos un coto cerrado para el pueblo, más infame que el de los burgueses, pues el de éstos se erigía sobre la base de una riqueza —bien o mal habida— pero también sobre la defensa de los mejores valores de la sociedad. En la sociedad burguesa es el talento, no la ideología, el que permite la ascensión social. Los dirigentes castristas han impuesto a fuerza de represión sus ideas sin contar con el voto del soberano, disfrutan de un bienestar que no resulta de su esfuerzo sino del de la apropiación de los bienes de los burgueses y de la explotación de todo un pueblo, han debilitado el papel de la familia y las buenas costumbres y discriminan a quienes no comparten su ideología.
En los escenarios internacionales el discurso oficial cubano defiende la multipolaridad, la no discriminación, la no intervención en los asuntos internos de los Estados, el derecho soberano de los pueblos y la tolerancia.
Es de suponer que si enarbola ese discurso debería ser congruente con él hacia lo interno del país. Pero el régimen no ha permitido jamás la realización de un plebiscito con participación de observadores internacionales para que el pueblo decida si desea mantenerse bajo un sistema unipartidista o si opta por la democracia; discrimina política, social y laboralmente a los cubanos que disienten de su proyecto “socialista” y reprime, encarcela o expulsa del país a los opositores pacíficos y periodistas independientes e impide la formación de organizaciones gremiales ajenas a la férula del partido único. Tampoco permite un ejercicio democrático y verdaderamente efectivo de nuestra soberanía. Imagino el atolladero en que serían colocados los diplomáticos castristas si en alguno de esos foros alguien les preguntara por qué esas lindezas que defienden en el marco de las relaciones internacionales no las aplican en Cuba.
Otra de las grandes manipulaciones del discurso oficial del castrismo consiste en tratar de hacerle creer al pueblo que un regreso a la democracia sería volver al pasado. Se trata de una burda manipulación. La Cuba del 2019 no será jamás la de antes de 1959 por razones históricamente obvias y porque el pueblo no es tonto como creen los castristas. Lo más seguro es que en esa transición —que algún día llegará, aunque mal les pese a los castristas— los primeros años resulten muy difíciles, sobre todo para el sector más pobre de la población y para ese otro que lo espera todo del Estado, pero de años difíciles no hay quien nos hable, así que pienso que esas dificultades, en un clima de libertad, serán superadas rápidamente porque los cubanos no somos menos que otros y la vida ha enseñado que allí donde se han entronizado la libertad, la aplicación equitativa de la justicia y el aseguramiento de todos los derechos humanos, las sociedades avanzan.
En su discurso de este viernes Díaz-Canel aseguró que el programa del Movimiento 26 de Julio estaba vigente. Si es así, ¿cuándo van a acabar de cumplirlo? Quien haya leído “La historia me absolverá”, y los Pactos de México, La Sierra y Caracas, sabe que en esos documentos el proyecto de ese movimiento consistía en restaurar la Constitución de 1940 y la democracia, lo cual fue traicionado por Fidel Castro apenas tomó el poder. De esta forma el discurso oficial también se resquebraja y resulta incongruente para quienes conocen la historia patria y se mantienen atentos a las sutilezas de ese lenguaje.
Y si en el discurso oficial del castrismo y la actuación de quienes lo representan no hay congruencia, no puede haber ética. “Haz lo que yo digo y no lo que yo hago” es la divisa de estas personas, una frase muy conocida en Cuba para calificar su desempeño. Por eso, por muy hermosas que sean las palabras de esos discursos y por más importantes o brillantes que sean quienes las pronuncien, la brecha es insalvable.
El discurso oficial cubano está cosechando el resultado de seis décadas de reiteración e incongruencias. De ahí el efecto boomerang contra de sus protagonistas.
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