LAHABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Explica Arleen Rodríguez Derivet en el prólogo a su folleto “Los afortunados entrevistadores de Fidel”, editado por el Consejo de Estado de Cuba en 2007, que cada año por lo menos dos mil periodistas del mundo solicitan entrevistarse con Fidel Castro.
No es para menos. A pesar de que en estos tiempos no está bien visto el sensacionalismo o periodismo amarillo, todavía hay quienes necesitan sobresalir, aunque sea escarbando entre las ruinas de una revolución fracasada.
El amarillismo, tendencia instaurada en New York por Joseph Pulitzer, a finales del siglo XIX, se aviene bien con la entrevista a los caudillos, dada su condición de extravagantes y estrafalarios personajes, que se apegan tiránicamente a la silla presidencial, hasta un punto en que hay que darles candela como al macao.
Ya que, como señalan los libros de texto, el periodismo verdadero implica respeto a un código deontológico, se hace molesto para un periodista honesto enfrentarse a un dictador. Esos seres chocantes, raros, desusados, prepotentes y sabelotodo, que fácilmente inspiran miedo, resultan, en cambio, objeto de interés para la prensa amarilla, incitadora del voyeurismo público.
La dificultad que implica entrevistar a un dictador es bien conocida en Cuba. Sólo hay dos maneras posibles: O el entrevistador es como Luis Báez, quien declaró a Juventud Rebelde en noviembre pasado que ¨… el periodista no tiene que ser objetivo e independiente, sino revolucionario ¨-; o le ocurre lo que a Jeffrey Goldberg, de la revista Atlantic Monthly, quien entrevistó a Fidel Castro en septiembre de este año y luego, por escribir lo que escuchó, éste le llamó mentiroso.
Posiblemente Goldberg jamás podría entrevistar de nuevo a Fidel Castro, pero sin perseguir el sensacionalismo, logró que centenares de agencias, televisiones, radios y publicaciones de todo el mundo, se hicieran eco de lo más importante que ocurrió durante la entrevista, cuando el caudillo le dijo en claro castellano: ¨ El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros¨.
No importa que durante medio siglo los hechos hayan probado con creces, diariamente, que el modelo cubano no funciona ni siquiera para nosotros. Pero al decirlo el propio Fidel Castro se convirtió en noticia. Y después se convirtió en sensación cuando Castro dijo que no dijo lo que sí había dicho a Goldberg.
¿Acaso no resultaba más interesante, y espectacular incluso, que en presencia de Goldberg, el longevo caudillo se haya arrepentido de haberle pedido en 1962 a Khruschev que atacara con armas nucleares a Estados Unidos, durante la crisis de los misiles?