LAS TUNAS, Cuba.- El general Raúl Castro, para que no queden dudas de quién “corta el bacalao” (ordena) en Cuba, y como si hubiera dicho ahí va mi ayudante ejecutivo, despidió en el aeropuerto de La Habana el pasado 23 de septiembre a Miguel Díaz-Canel, su designado presidente del Consejo de Estado, en viaje rumbo a Nueva York, donde, entre otras misiones, participaría en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La despedida del general Raúl Castro a Díaz-Canel aquella mañana de domingo me hizo recordar una conversación en la que pregunté:
“¿Se puede pedir peras al olmo o aguacates al naranjo?”
La pregunta iba dirigida a mí amigo Tommy, vía telefónica, mientras hablábamos del “nuevo” presidente y de la “nueva” constitución cubana.
“Por supuesto que no, ni el olmo produce peras, ni aguacates el naranjo”, dijo Tommy desde Miami.
“Entonces… ¿Cómo pedir o imaginar siquiera que Díaz-Canel o el proyecto constitucional castrista conciban pluripartidismo, derechos humanos básicos, elecciones libres y justas, derechos de las minorías, igualdad ante la ley, debido proceso de la ley, límites constitucionales al gobierno, pluralismo económico, social y político o valores de tolerancia?”, repregunté a mi amigo.
“Tienes razón, es obvio, ni a Díaz-Canel ni a ningún castrista se le pueden pedir esos derechos elementales; si los jefes del régimen totalitario y su constitución castrense permitieran esos derechos básicos, dejarían de ser un grupo autoritario y su Constitución la ley de una dictadura transformándose en la Carta Magna de una democracia”, dijo mi amigo Tomás, situando el dedo sobre la llaga.
Y no son conjeturas tendenciosas de Tommy ni mías. Acerca del poder absoluto de la “dictadura del proletariado” se refirieron Marx y Engels tempranamente, en ocasión de la Revolución Francesa.
Y luego, Lenin puso en práctica la teoría de ese poder omnipotente, llevándolo al concepto de… “la necesidad de la dictadura del proletariado”, y así lo conceptualizó en “Acerca del infantilismo izquierdista”, Obras Completas, Tomo 36, Editorial Progreso, Moscú, 1986, p. 313.
Ahora los castristas no es que están descubriendo el huevo totalitario pasado por agua; sencillamente ahora, con la designación del “nuevo” presidente del Consejo de Estado, están refriendo en aceite rancio “su” política de cuadros y “su” proyecto constitucional. ¿Qué hay de nuevo en eso?
El caldo grueso de lo que ahora se cocina en Cuba es hervor de la “dictadura” internacional a lo bolchevique; incluso, Lenin añadió pimienta a la receta original concebida por Marx y Engels, que no era así de intragable.
Entonces… ¿Tampoco los cubanos pueden tener en manos privadas negocios de importación y exportación, acerías, fábricas de cemento?, preguntará el lector despistado.
La respuesta es… No, no se puede.
Y, si ese lector, ingenuo o avispado, pregunta por… ¿Cadenas de tiendas, de restaurantes privados, negocios que aun sin ser grandes empresas, generen a sus dueños concentración de propiedad y riquezas…?
No, señor… ¡Constitucionalmente!, en Cuba todo eso está prohibido… habrá que decir.
Expliquémonos, para quienes no se han tomado el trabajo de explorar los regímenes totalitarios: el fundamento de todo Derecho Constitucional comunista, si fuera posible llamarlo así, se basa en una regla: el papel dirigente del partido marxista-leninista a caballo sobre el Estado.
Pero no es posible llamar Derecho Constitucional al reglamento de una dictadura, ni partido político a un grupo autoritario cabalgando sobre el poder.
Para camuflar la dictadura y surta efecto la palabra “proletario”, ese grupo parásito trata de enmascararse vistiendo pantalones de mecánico, encasquetándose sombreros de campesinos, o… seleccionando para “presidente” a un hombre de “pueblo”.
Con tales antecedentes históricos, asombra la ingenuidad con que fuera de Cuba personas que debían estar informadas, recibieron cual genuino cambio “presidencial” la selección de Miguel Díaz-Canel como presidente del Consejo de Estado, y luego, el proyecto de una “nueva” Constitución, como si en Cuba estuviera ocurriendo una transición del totalitarismo a la democracia.
Acerca del poder de decisión de Miguel Díaz-Canel “al frente del Estado cubano” no perderé el tiempo argumentando lo que el mismo Díaz confesó: “Raúl (Castro) está pendiente con qué intensidad trabajo”.
Lo que Díaz confesó, inadmisible en cualquier país civilizado, sería la intromisión del gobierno saliente en el nuevo gobierno. Claro: no hay nuevo gobierno en Cuba, sino el castrismo con otra cara.
Respecto a la “nueva” Constitución concurre igual axioma: No hay nada nuevo, todo es viejo, aunque se pretenda un toque de frescura, incluso, con aires nuevos, de buena fe, si en un régimen totalitario la buena fe tiene cabida.
Todo es viejo, aun con caras nuevas en el “nuevo” poder del “pueblo” por una razón sencilla: los regímenes autoritarios, llámeseles socialistas, comunistas o castristas, se sostienen por su estatismo.
Tan enorme es el poder del grupo erigido en Estado, que no cabe en las estrechas dimensiones de sus leyes.
Cuando la Constitución de 1976, Fidel Castro dijo: “Por eso una vez que se haya aprobado la Constitución, nuestro propósito es luchar consecuente y tenazmente, para que cada uno de los preceptos de esa Constitución se cumplan; que nadie le pueda imputar a la Revolución jamás, de que acordó leyes y principios que después no se cumplieron”.
Vamos a ver: La Constitución de 1940 resultó de talla extra al castrismo desde el mismo año 1959, cuando tomó el poder; debió gobernar por decreto hasta 1976, cuando entró en vigor la Constitución “socialista”, que también le quedó ancha, quedando canijo dentro de su propia ley.
Sólo mencionaré un ejemplo denigrante, asquerosamente segregacionista, que emparentó al castrismo con el apartheid sudafricano, ante la mirada cómplice de los líderes “progresistas” del mundo.
La Constitución “socialista” de 1976 en el artículo 43, apartado séptimo dice que los cubanos “se domicilian en cualquier zona o barrio de las ciudades y se alojan en cualquier hotel”. Pero vimos, con asco, como el castrismo prohibió a los cubanos hospedarse en la amplia red hotelera que edificó para uso exclusivo de los turistas extranjeros, quienes, gozosos, vinieron a disfrutar… las “bondades de Cuba”.
El apartado décimo y último del precitado artículo 43 afirma que los cubanos “disfrutan de los mismos balnearios, playas, parques, círculos sociales y demás centros de cultura, deportes, recreación y descanso”, y es ésta, otra violación constitucional del castrismo.
Ciertamente hoy los cubanos pueden hospedarse en los hoteles que el castrismo originalmente construyó para el turismo extranjero. Pero no todas las prestaciones de esos hoteles les son permitidas a los cubanos.
Como un tentáculo del apartheid castrista, mientras los turistas extranjeros pueden disfrutar a su gusto bojeando las costas cubanas y ejercitando deportes acuáticos en embarcaciones deportivas, a los cubanos en esos hoteles se les prohíbe expresamente abordar embarcaciones movidas a motor.
Llevaría una novela-reportaje, quizás un día la escriba, (exhorto a otros que comiencen a escribirla) para relatar, contando historias reales, humanas, las violaciones constitucionales cometidas por el castrismo en Cuba, aunque Fidel Castro dijo que no se podría imputar a la Revolución que, “acordó leyes y principios que después no se cumplieron”.
¿De qué cambios en Cuba hablan los cubanologos? Aunque Miguel Díaz-Canel sea lampiño, debajo de su piel lleva la barba del Comandante difunto y el bigotito del general Raúl Castro. En las dictaduras del “proletariado” nunca fue diferente, y en Cuba, es el castrismo con otra cara.