LA HABANA, Cuba.- En 2008, durante las elecciones primarias a la presidencia de Estados Unidos, la hija de John F. Kennedy hizo una increíble declaración a la prensa: “Barack Obama es el único aspirante que puede hacer realidad los sueños de mi padre.”
Muchos en ese país no le entendieron. Los cubanos de la isla mucho menos. Porque, ¿cuáles eran los sueños del presidente norteamericano? ¿Acaso levantar el embargo si Fidel Castro terminaba con su apoyo a los movimientos izquierdistas en el hemisferio? En ese caso, JFK -como le decían los amigos- hubiera fracasado. Fidel prefería el “bloqueo”, como le llamaba al embargo -por cierto, bien justificado históricamente- a dejar de aspirar a destruir la grandeza democrática y económica de Estados Unidos.
Así fue de tozudo este pichón de gallego.
Entonces, ¿qué otra parte del sueño de Kennedy nos faltaría por mencionar?
¿Acaso -por último- aquella declaración de Fidel Castro, después de la muerte de JFK, cuando dijo: “Kennedy podría haber sido el más grande presidente de Estados Unidos, el único líder, al fin, que había logrado entender que puede haber coexistencia pacífica entre capitalistas y socialistas de América”?
¿A qué aspiraba en realidad Fidel Castro, si de sueños seguimos hablando? ¿Simpatizar con Kennedy para que el gobierno de Washington apuntalara la economía fracasada del régimen comunista cubano, como lo hacía la URSS y hoy lo intenta Venezuela?
Kennedy no pudo despertar de su “sueño”
Kennedy no pudo despertar de su “sueño”. Murió antes de conocer toda la realidad del enredijo en que se había metido con el joven comunista cubano.
Quizás por falta de buen asesoramiento o porque andaban sobre su cabeza locos pajaritos volando, se equivocó y en grande. Tan grande fue su equivocación, que todavía hoy sirven algunas de aquellas declaraciones suyas como regocijo para la dictadura castrista.
El pasado 18 de agosto, el periódico Granma y hasta Raúl Castro, se sintieron agradecidos de Kennedy al reproducirse en un artículo de Iroel Sánchez aquellas palabras del difunto yanqui, cuando dijo en tiempos de su campaña electoral por la presidencia de Estados Unidos: “El más desastroso de nuestros errores fue la decisión de encumbrar y darle respaldo a una de las dictaduras más sangrientas y represivas de la larga historia de la represión latinoamericana. Fulgencio Batista asesinó a 20 000 cubanos en siete años, una proporción de la población de Cuba mayor que la de los norteamericanos que murieron en las dos grandes guerras mundiales.”
Increíble pero cierto, así lo dijo
Le zumba la berenjena que Kennedy, un hombre culto y con estudios haya dicho tan tremendo disparate.
Ni siquiera se le puede disculpar por haber escuchado la cifra de los veinte mil muertos en boca de los líderes más connotados de la Revolución, al propio Fidel e incluso a su hermanito, cifra que hasta hace muy poco seguían repitiéndola todos ellos, y que por falsa, dejó de mencionarse.
Por los años sesenta del siglo pasado, JFK podía perfectamente interpretar la psicología de Fidel Castro, hacer un análisis detallado de lo acontecido en Cuba durante el batistato, porque de buena información se disponía y descubrir las triquiñuelas de los comunistas con y después de Stalin, e incluso conocer, a través del exilio, que los muertos de los policías de Batista ni siquiera pasaron de cien y que en cambio, los fusilados y los presos políticos de Fidel ya ascendían a miles durante los tres primeros años del triunfo revolucionario.
El famoso párrafo de Kennedy, publicado en Granma, termina así: “Voceros de la Administración elogiaban a Batista, lo exaltaban como aliado confiable, en momentos que destruía los últimos vestigios de libertad y robaba cientos de millones de dólares al pueblo cubano.”
En la actualidad, si allá arriba se sabe lo que ocurre aquí abajo, ya Kennedy debe saber que destruida está la libertad de Cuba, que el pueblo, según los resultados, ya no cuenta con cientos de millones de dólares en sus arcas y que la dictadura castrista superó con creces la larga historia de la represión latinoamericana, con un sangriento e inolvidable paredón de fusilamientos.