LAS TUNAS, Cuba.- “Me han engañado; me han dado la misma respuesta, que es ninguna; me han dicho (el gobierno) que no tienen materiales,” dijo a fines del pasado año Yanelis Bejerano Romero al programa Mirada Inquisidora, de Radio Libertad (Puerto Padre).
Ahora quizás Yanelis tenga otra queja. Sólo que Radio Libertad está apagada, “inhabitable” luego del huracán Irma.
Yanelis tiene dos hijos pequeños, uno con padecimientos de alergia; es una de las 4,912 familias que perdieron sus casas el 8 de septiembre de 2008, cuando el huracán Ike arrasó Puerto Padre, levantando el muelle y echándolo fuera de la bahía.
Nueve años han transcurrido desde la devastación del huracán Ike, pero todavía en Puerto Padre 3,750 familias no han conseguido solucionar sus problemas de viviendas, de los que 2,207 son derrumbes totales según reportes oficiales.
Y justo al cumplirse nueve años del paso de Ike, este 8 de septiembre el huracán Irma azotó a Puerto Padre con vientos sostenidos de 110 kilómetros por hora, y rachas superiores a 128 kilómetros-hora.
“El saldo preliminar es de 1759 viviendas dañadas, pero esa cifra puede variar”, dijo una fuente a condición de anonimato, especificando: “Pero cuando usted ve las viviendas afectadas son las mismas dañadas por el huracán Ike.”
Según el especialista, amén de la fragilidad de muchos techos, se añade que, en los casos de las cubiertas de fibra-asfáltica, estos tienen una vida útil de sólo dos años, pero no pocos están colocados soportando las inclemencias del tiempo desde 2008, “más no se le puede pedir, ni a esas cubiertas ni a las personas que todos estos años han vivido bajo esos techos,” dijo el técnico.
Con una población de 92,441 habitantes, el municipio Puerto Padre posee unas 32,032 viviendas, de las que alrededor de 21,462, el 67% son edificaciones vulnerables ante eventos meteorológicos medianamente severos.
Sólo según cifras oficiales, que quizás ofrezca resultados más alarmantes a través de una encuesta sociológica, en el municipio Puerto Padre hay 44 mil personas habitando en casas vulnerables, mientras otras 16 mil residen en viviendas con riesgos ante eventos climatológicos.
Sumadas las dos anteriores cifras revelan que sólo alrededor de un tercio de la población de Puerto Padre cuenta con viviendas seguras para protegerse al paso de un huracán. Pero Puerto Padre sólo es un ejemplo. Un análisis de cifras demográficas de cualquier municipio de Cuba revelaría cifras similares.
Para los dos tercios restantes, y esa visión reiterada la tenemos ahora, la verdadera tormenta, tormento valga decir, comienza pasados los vientos del huracán, cuando movidos por rachas burocráticas, seres humanos transformados en peleles, van de un lugar a otro, tratando de adquirir materiales de construcción administrados por un sistema totalitario que, de tanto creerse justo, ya resulta perverso.
Y como si no fuera suficiente desgracia con tener sus casas derrumbadas, sin techo o con las paredes combadas, y sus bienes de difícil adquisición deteriorados, ahora los cubanos deberán enfrentar el reto de qué poner dentro de la cazuela.
Desde hace meses, la inestabilidad de aprovisionamiento en las TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas) era notorio. Y bien podía darse el caso que quienes tuvieran dinero para pollo, tuvieran que contentarse con un paquete de salchichas.
Ahora platanales derribados, naves avícolas destruidas y cañaverales acamados, ofrecen una perspectiva ensombrecida.
“Una gallina ponedora no se sustituye en tres días y un racimo de plátanos necesita nueve meses para que esté en sazón,” me dijo una campesina, mostrándome la plantación en la que tenía cifrada sus esperanzas.
Pero si en este caso, monetariamente sólo serán la campesina y su hijo la que dejen de beneficiarse al dejar de cosecharse varias hectáreas de plátanos, son cientos las personas perjudicadas al no poder llevar a la mesa un producto nacional, que el gobierno castrista por incapacidad de pago, y en su condición de importador monopolista, no podrá poner al alcance de los cubanos hasta que el campesino-siervo obtenga otra cosecha.
Los huracanes, eventos naturales destructores temporales en tanto capaces de acumular energía y luego degradarse, son incomparablemente menos aniquiladores que la abulia de los regímenes totalitarios como el que tenemos en Cuba hace 58 años; quien lo dude, que venga y vea como permanecen los destrozos muchos años después de los huracanes. Esos son, pasados los vientos, otros tormentos del castrismo.