FILADELFIA, Pensilvania, septiembre, 173.203.82.38 – La cordial bienvenida que Carlos Alberto Montaner le extendiera a Pablito Milanés con motivo de la reciente visita de éste a la ciudad de Miami, no ha caído bien a muchos de sus amigos, o simples lectores. Francamente, tampoco a mí me convencen los argumentos de Montaner en esta ocasión, pero no tendría motivos para suponerle maldad de fondo alguna por más que resulte difícil igualmente atribuirle ingenuidad a una de las mentes más lúcidas del exilio cubano. Sin embargo, nadie entre las voces discordantes de Montaner que yo sepa, se ha puesto a negarle la sal y el agua al prestigioso periodista, intelectual y narrador cubano. Vale decir, el exilio tan vapuleado por los medios espurios —y algunos que pretenden no serlo— sabe comportarse y disentir sin que medien insultos gratuitos o calificativos de poca sustentación.
Otra cosa sucede con ‘los compañeros’. Luego de un primer aparente encontronazo muy publicitado ocurrido entre el panfletista Edmundo García y Milanés, pronto relegado al depósito de los incidentes inmundos, pero sin mayor trascendencia, se trata de un enfrentamiento más enconado entre Milanés y Silvio Rodríguez en el que éste último intenta arrastrar por el suelo, unidos en la desgracia que les promete y cree depararles, los nombres de Carlos Alberto Montaner y Pablito Milanés.
En Cuba, entre tanto, pocos se han enterado del concierto del trovador en Miami ni del escándalo provocado —literalmente— por sus organizadores contra el exilio cubano. Algunos de quienes con maña y acceso a internet tuvieron noticias en la Habana de estos hechos me preguntaban muy sorprendidos a quién de Miami, en su sano juicio, podía interesarle Milanés, independientemente del grado de talento que pueda atribuírsele. “Yo no he hecho ninguna encuesta”, me decía una amiga habanera, “pero si le preguntas a la gente, sobre todo a la juventud aquí, seguro que no lo conocen o si lo conocen, no les dice nada”. Otros amigos me hacían sugerencias respecto a lo que debíamos hacer con el “canta-autor” una vez que lo tuviéramos por acá, que nada tenían de la cordialidad de un Montaner, y aquí no repetiré en aras del buen gusto.
Poco se sabe en Cuba —aunque ya algo más se va sabiendo— del movimiento de desobediencia civil encabezado por las Damas de blanco y otras muchas agrupaciones de diferente signo, a quienes las fuerza represivas atropellan en la vía pública o en el interior de sus propios hogares, en un continuo asedio para impedir que la llama salte a la calle y prenda descontroladamente. En Palma Soriano arrestan después de ser reprimidos a un número de opositores. Laura Pollán se encuentra en destino desconocido. Al periodista que grabó y divulgó al exterior las imágenes de la represión en Palma Soriano se le hostiga y adelanta que irá a prisión por esta causa en el momento en que “ellos” lo decidan. Pero nada de esto resulta ser sino periférico en el suceder cubano del momento. La atención se centra por una parte en la polémica que tiene como eje a Milanés y por la otra en la retirada a Mauricio Vicent, corresponsal español de “El País” en La Habana de las credenciales que sólo el régimen otorga por buen comportamiento a un periodista extranjero. Ya es hora de que dejemos la cuestión de “la polémica”. ¿Queda algo por decir? Al fin y al cabo, todo esto no pasa de maniobras desinformativas del régimen y sus alabarderos, para que éste siga machacando a su gusto a quienes tienen el coraje y la integridad de llamar a las cosas por su nombre. Es nuestro deber no descansar, ni distraernos en estos momentos cruciales para la oposición cubana dentro de la isla. Magnifiquemos sus voces, no las de Pablito o Silvio o cualquier mequetrefe de la misma calaña. ¿Por qué seguir haciendo de caja de ecos a un sujeto como Hugo Cancio?
Escribamos, allí donde residamos, a nuestros representantes políticos para denunciar la situación que vive la oposición en Cuba. Movilicemos la opinión pública internacional con nuestras denuncias incesantes. Hagamos cuanto proceda hacer con inteligencia y determinación. Muchas veces nos quejamos de no ser escuchados cuando también es cierto que nos agotamos en una constante prédica a los conversos, a quienes naturalmente no se requiere convencer.
Olvidémonos ya de Silvio, de Pablito y comparsa, y acordémonos sin que se nos olviden un momento, de las Damas de blanco y la oposición democrática dentro de Cuba.