CIENFUEGOS, Cuba, agosto (173.203.82.38) – La apatía que envuelve a la sociedad cubana debe interpretarse como la reacción ciudadana a décadas de voluntarismo, y otros males desconocidos en sociedades democráticas. Estas prácticas, que han minado la capacidad creativa del individuo, convirtiéndolo en autómata, lo han condicionado, a la hora de emprender cualquier encomienda, a esperar recibir las “orientaciones de arriba”, y no precisamente del cielo.
Tan hondo ha calado el mal que al propio gobierno se le hace cada vez más difícil encontrar los resortes que lleven al individuo a cumplir el papel que se le ha reservado. Si se repara en el punto donde estamos detenidos, salta a la vista que se ha establecido una suerte de resistencia pasiva por parte del ciudadano, que reacciona ante cada nueva ley, decreto o mandato con la mayor indiferencia, como si con su actuación dijera: “Me da lo mismo chicha que limonada”.
Algunos analistas consideran que el fenómeno refleja un comportamiento contestatario, que busca dar al traste con el sistema. O que tal indiferencia es un modo consciente de oposición, dirigido a minar la capacidad económica, política y social de los gobernantes. Yo pienso que en verdad se trata de lo que he dado en llamar “el síndrome de apatía adquirida”.
Por otra parte, tan difícil la tienen los del gobierno como los de la oposición para sacar del pozo de la indiferencia a la población. Si bien ya no se responde como en el pasado a las voces de mando de los dirigentes, tampoco el pueblo se muestra interesado en aceptar los guiños que desde la acera opuesta le hace la oposición. Y no creo que sea porque el discurso disidente ande divorciado de los intereses de las masas, sino porque la ciudadanía ha caído en una especie de sopor, que le impide reaccionar y ser protagonista de su propio destino.
La solución al problema cubano no debería buscarse en el ámbito político, sino en el psicológico. Y el miedo, la sumisión, la sensación de indefensión o la propia apatía que hoy afecta a los cubanos, residen fundamentalmente en la psiquis de cada individuo.
Habría quizás que realizar un psicoanálisis colectivo a la sociedad, para comprender los procesos por medio de los cuales estos males nos fueron inoculados. Tenía razón Gustavo Le Bon al pensar que detrás de todo caudillo hay un gran psicólogo.